A23a, el gigante de hielo que sobrevivió 40 años, se desmorona en el Atlántico

Alberto Noriega     16 septiembre 2025     4 min.
A23a, el gigante de hielo que sobrevivió 40 años, se desmorona en el Atlántico

El iceberg A23a, uno de los mayores y más antiguos del mundo, se desintegra en el Atlántico tras 40 años; podría desaparecer en semanas.

El iceberg A23a, apodado “megaberg”, se fragmenta rápidamente en aguas cálidas del Atlántico Sur, tras 40 años desde que se desprendió de la Antártida. Con un peso inicial cercano al billón de toneladas y más del doble de la superficie del Gran Londres, fue considerado el más grande y longevo de la historia reciente. Ahora reducido a 1.770 km², sigue arrojando bloques de hielo del tamaño de ciudades, amenazando la navegación. Los científicos prevén que el coloso podría desaparecer por completo en cuestión de semanas.

El fin de un gigante de hielo

El A23a nació en 1986 al desprenderse de la plataforma de hielo antártica. Poco después encalló en el mar de Weddell, donde permaneció inmóvil durante más de tres décadas. Su liberación en 2020 lo convirtió en protagonista de un viaje que lo llevó por el llamado “iceberg alley”, el corredor natural que arrastra los bloques de hielo hacia el Atlántico Sur.

Con casi un billón de toneladas de agua dulce congelada, este gigante alcanzó dimensiones sin precedentes. A principios de 2025, medía más de 3.600 km²; hoy conserva menos de la mitad. Los satélites de Copernicus muestran cómo en las últimas semanas se desprendieron trozos de hasta 400 km², generando un campo de fragmentos peligrosos para la navegación.

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Amenaza para la fauna antártica

En marzo, el iceberg se encalló frente a la isla de South Georgia, hogar de colonias de pingüinos y lobos marinos. El temor era que su presencia bloquease las rutas de alimentación de miles de ejemplares en pleno periodo de cría. Finalmente, en mayo, el A23a volvió a desplazarse y la amenaza se disipó.

Sin embargo, su paso dejó clara la vulnerabilidad de estos ecosistemas. “La mayoría de los icebergs no llegan tan lejos, este resistió por su tamaño excepcional”, explicó Andrew Meijers, oceanógrafo del British Antarctic Survey. La magnitud del bloque hizo que resistiera décadas, pero fuera de las aguas heladas antárticas, estaba condenado.

Un viaje hacia la desintegración

El avance del A23a hacia el norte lo expuso a aguas cada vez más cálidas y a oleajes más violentos. Llegó a moverse hasta 20 km por día, acelerando su descomposición. “Básicamente se está pudriendo por debajo”, dijo Meijers. “El agua es demasiado cálida para que se mantenga; se derrite constantemente”.

Los científicos calculan que en pocas semanas dejará de ser reconocible como un bloque único. El proceso es natural —los icebergs terminan fundiéndose en mar abierto—, pero la rapidez con la que se fragmentan los colosos recientes preocupa: refleja un ritmo de pérdida de hielo antártico cada vez mayor.

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Cambio climático como telón de fondo

El desprendimiento de icebergs forma parte del ciclo natural de las plataformas de hielo, pero la frecuencia y magnitud de estos eventos aumenta con el calentamiento global inducido por el ser humano. El derretimiento acelerado en la Antártida no solo altera ecosistemas marinos: también contribuye al aumento del nivel del mar, con consecuencias planetarias.

“Observaciones en el Atlántico Norte muestran una tendencia descendente en la circulación profunda”, apuntan expertos, recordando que estos procesos alimentan otros riesgos como el debilitamiento de las corrientes oceánicas. El caso del A23a es un símbolo de esta nueva era: un gigante que resistió 40 años, pero que sucumbe en pocas semanas a un océano cada vez más hostil.

Un coloso con memoria del hielo

El A23a no solo fue el iceberg más grande de su generación, también un archivo viviente de la historia climática. En su interior albergaba capas de hielo formadas hace miles de años, atrapando burbujas de aire que contienen información sobre la atmósfera antigua. Su desaparición representa la pérdida de una biblioteca natural que podía ayudar a los científicos a reconstruir cómo ha cambiado el clima del planeta a lo largo de los siglos.

Los especialistas subrayan que la caída del A23a debe interpretarse como un aviso global. Aunque la vida de los icebergs termina siempre en desintegración, la velocidad con que lo hacen ahora está íntimamente ligada al calentamiento oceánico. Cada coloso que se derrite recuerda que la Antártida es un sistema clave para la estabilidad climática mundial y que su deshielo acelerado no es un espectáculo lejano, sino una amenaza directa para las costas y comunidades humanas.

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