La agricultura vertical es el futuro de las ciudades verdes

Alberto Noriega     2 septiembre 2025     5 min.
La agricultura vertical es el futuro de las ciudades verdes

La agricultura vertical transforma terrazas y azoteas en granjas urbanas sostenibles, reduciendo agua, emisiones y desperdicio alimentario.

En Medellín, Colombia, un barrio marcado por la violencia está floreciendo desde sus azoteas gracias a cultivos hidropónicos. Proyectos como Terrazas Verdes revelan cómo la agricultura vertical se abre paso como solución sostenible en entornos urbanos, utilizando estructuras apiladas y sistemas sin tierra como la hidroponía y aeroponía. Desde América Latina hasta Europa, empresas como Néboda o Verde Compacto impulsan este nuevo paradigma agrícola. En un mundo donde las ciudades consumen el 75 % de los recursos globales, cultivar dentro de ellas puede marcar la diferencia.

Ciudades que cultivan en vertical

La imagen de la agricultura está cambiando radicalmente: ya no solo se asocia a campos abiertos, sino también a estructuras verticales, interiores urbanos y azoteas. En la Comuna 13 de Medellín, lechugas y albahacas hidropónicas crecen en terrazas donde antes había miedo. Estas plantas no están en tierra, sino suspendidas en soluciones acuosas llenas de nutrientes, una técnica que reduce la necesidad de suelo fértil y de pesticidas.

La iniciativa, conocida como Terrazas Verdes, no solo genera alimentos sino empleo digno y cohesión comunitaria. Los cultivos llegan a supermercados locales, acortando la cadena de distribución. Este es un ejemplo vivo de cómo la agricultura urbana puede ser una herramienta social y climática a la vez.

En Vigo, la empresa Néboda demuestra que la agricultura vertical también es una cuestión de ingeniería. Sus cultivos se desarrollan en interiores cerrados con luz LED específica para la fotosíntesis y un sistema hidroponía que recircula el agua no absorbida, logrando una huella hídrica hasta un 90 % menor que en la agricultura convencional.

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“El clima, la humedad y el CO₂ se ajustan todo el año para que las plantas crezcan en condiciones óptimas”, explica su CEO, Iván García Besada. Al no depender de factores externos como lluvias, heladas o sequías, la producción se estabiliza y se reducen las pérdidas. Esta previsibilidad es oro para un sector agrícola expuesto cada vez más a la volatilidad climática.

Menos pesticidas, más sostenibilidad

Otro punto fuerte de este sistema es que, al estar aislado del entorno natural, se minimiza el uso de herbicidas y pesticidas. En muchos casos, incluso se prescinde completamente de ellos, acercándose a estándares ecológicos sin necesidad de certificación orgánica.

Además, la distancia entre el lugar de cultivo y el de consumo se acorta radicalmente, lo que reduce las emisiones del transporte logístico. En palabras del sociólogo y experto en agricultura urbana José Luis Casadevante, alias Kois: “El actual modelo alimentario no es sostenible. Las ciudades consumen el 75 % de los recursos globales y ocupan solo el 3 % del territorio”.

Casadevante plantea en su libro Huertopías que si las ciudades produjeran parte de lo que consumen, no solo se reduciría el impacto climático, sino que también se fomentaría una economía circular urbana. Cada minuto que se gana entre la cosecha y el consumo disminuye el desperdicio alimentario, otro de los grandes males del sistema agroindustrial actual.

Iván García lo resume así: “La agricultura vertical no solo ahorra agua, sino también tiempo. Y con menos tiempo entre cosecha y consumo, el desperdicio se reduce a mínimos históricos”.

Además, esta modalidad agrícola permite cultivar en zonas donde antes era impensable hacerlo, desde contenedores marítimos reciclados hasta sótanos de edificios. Así, no compite con la naturaleza, sino que recupera espacio humano infrautilizado para devolvérselo a la producción de alimentos.

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Devolver terreno a los bosques

El profesor emérito Dickson Despommier ya lo advirtió en una charla TED hace más de diez años: si cada ciudad del mundo produjera solo el 10 % de sus alimentos, se podrían liberar hasta 900.000 km² para que los bosques se regeneraran. Esa superficie equivale a dos veces el tamaño de España.

La deforestación provocada por el avance de la agricultura industrial podría reducirse significativamente si las ciudades asumen parte de la carga alimentaria. Y a medida que la urbanización avanza, esta idea cobra más relevancia: cada nuevo edificio, cada nueva calle, es también una oportunidad para integrar cultivos verticales.

A la estela de Néboda y Terrazas Verdes, surgen nuevas empresas pioneras. Ekonoke, por ejemplo, cultiva lúpulo en condiciones controladas para hacer cerveza con menos agua. En México, Verde Compacto lleva desde 2016 produciendo en espacios urbanos. Y en Argentina, AquaGarden convierte contenedores marítimos en invernaderos verticales.

Todas estas propuestas comparten un objetivo: cultivar más cerca, con menos recursos y más resiliencia. En un mundo sacudido por sequías, incendios y crisis alimentarias, la agricultura vertical representa no una moda, sino una necesidad estructural.

Plantar en altura para bajar la huella

Las cifras no engañan: en ciudades donde el alimento recorre miles de kilómetros y se desperdicia cerca de un 30 % de lo que se produce, relocalizar parte de la producción es clave. La agricultura vertical no solo responde a esta urgencia, sino que redefine la relación entre la ciudad y la tierra.

Ya no se trata de elegir entre campo o ciudad, sino de reconciliarlos. Cultivar en azoteas, interiores o contenedores no es una solución total, pero sí una parte fundamental del nuevo sistema alimentario que necesitamos construir: más local, más eficiente y más justo.

Si cada terraza, cada sótano y cada metro cúbico desaprovechado se convirtiera en espacio fértil, podríamos cosechar algo más que alimentos: un futuro posible.

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