El aire que respiramos no había sido tan denso en CO₂ desde antes de los humanos

Alberto Noriega     5 junio 2025     5 min.
El aire que respiramos no había sido tan denso en CO₂ desde antes de los humanos

Los niveles globales de CO₂ han superado las 430 ppm, alcanzando cifras no vistas desde hace 14 millones de años, según confirma la NOAA.

Un nuevo informe de la NOAA ha confirmado que la atmósfera terrestre contiene hoy más dióxido de carbono que en cualquier otro momento de los últimos 14 millones de años. El dato se ha registrado tras superar por primera vez las 430 partes por millón (ppm) de CO₂, un valor directamente vinculado al calentamiento global acelerado. La última vez que el planeta mantuvo niveles similares fue durante el Óptimo Climático del Mioceno Medio, una era sin hielo en Groenlandia ni casquete polar en el Ártico. Esta alarmante constatación pone en evidencia la velocidad sin precedentes del cambio climático inducido por el ser humano.

Un planeta en cifras rojas

La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) ha confirmado que los niveles actuales de dióxido de carbono en la atmósfera han superado las 430 ppm, lo que marca un hito sin precedentes en la historia reciente del planeta. Esta cifra no solo supera en más del 50% la línea base preindustrial de 280 ppm, sino que también coloca al planeta en condiciones no vistas desde el Mioceno Medio, hace unos 14 millones de años.

Durante ese periodo, conocido como el Óptimo Climático del Mioceno (aprox. 14-16 millones de años atrás), la Tierra tenía temperaturas globales entre 3 y 6 ºC más altas que las actuales, los niveles del mar estaban entre 23 y 36 metros más elevados, y no existía hielo permanente ni en el Ártico ni en Groenlandia. En aquel entonces, nuestros antepasados aún caminaban entre los árboles del África ecuatorial, y los casquetes polares modernos aún no se habían formado.

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La curva que nunca dejó de subir

Estos datos recientes han sido verificados por el Observatorio de Mauna Loa en Hawái, una instalación clave en la vigilancia del cambio climático global. Desde 1958, esta estación de medición, iniciada por Charles David Keeling, ha registrado de manera continua la concentración de CO₂ en la atmósfera. El resultado más visible de esa recopilación es la célebre “Curva de Keeling”, una gráfica que no ha dejado de ascender década tras década.

La estación de Mauna Loa, situada a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar y alejada de fuentes locales de contaminación, proporciona una de las lecturas más limpias y fiables de la concentración global de CO₂. Incluso durante los confinamientos por la pandemia de COVID-19, el descenso en las emisiones fue tan leve que la curva apenas se aplanó. Según datos de NOAA, la concentración aumenta actualmente a un ritmo de 1,66 ppm por año, y no muestra signos de desaceleración.

Lo que revelan los testigos de hielo

La información histórica sobre el CO₂ no proviene solo de modelos geológicos. Los núcleos de hielo extraídos de la Antártida han demostrado que los niveles de dióxido de carbono han oscilado entre 180 ppm (épocas glaciales) y 300 ppm (interglaciares) durante los últimos 800.000 años. Sin embargo, en ningún momento se había superado la barrera de las 300 ppm de forma natural, hasta la revolución industrial.

Durante los últimos 6.000 años—toda la historia de la civilización humana—el CO₂ se mantuvo estable en torno a 280 ppm. La irrupción del carbón, el petróleo y el gas en la economía global desde el siglo XIX ha hecho que esa concentración aumente más rápido que en ningún otro periodo conocido. Según los expertos, ni las erupciones volcánicas masivas del pasado lograron elevar los niveles de carbono con tanta rapidez como lo ha hecho la actividad humana moderna.

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Volviendo al Mioceno, sin vuelta atrás

Aunque algunos estudios han mostrado que durante el Mioceno el CO₂ podría haber alcanzado picos de hasta 650 o 700 ppm debido a intensa actividad volcánica (como las inundaciones de basalto del río Columbia), estas condiciones ocurrieron durante miles de años, no en apenas dos siglos como ahora.

La mayor diferencia es la velocidad del cambio: mientras que en el pasado el planeta tuvo siglos o milenios para adaptarse a estos niveles, hoy la humanidad ha generado este salto en apenas 150 años. Y los ecosistemas, las especies y las infraestructuras humanas no tienen margen para adaptarse a la misma velocidad. Como resultado, estamos desencadenando cambios climáticos que antes tardaban milenios en desplegarse, en el plazo de una sola generación.

Más allá del punto de no retorno

Cuando los científicos dicen que los niveles actuales de CO₂ no se habían visto desde hace 14 millones de años, no lo hacen por dramatismo: lo hacen porque los efectos de esos niveles en el pasado fueron catastróficos para el hielo, los mares y el clima. Hoy enfrentamos consecuencias similares, pero con un planeta habitado por 8 mil millones de personas y una infraestructura que no está preparada para subidas del mar, colapsos agrícolas o migraciones masivas.

El calentamiento global no es lineal, sino acelerado, y muchos de los puntos de inflexión del sistema climático (como la pérdida del permafrost, el colapso del Amazonas o el deshielo de Groenlandia) podrían activarse incluso antes de llegar a los 2 ºC de aumento global. Los niveles de CO₂ actuales nos encaminan a ese escenario con rapidez matemática.

Reducir las emisiones no es una opción tecnológica: es una necesidad civilizatoria. La ventana de oportunidad para estabilizar el clima se está cerrando. Si el siglo XX fue el siglo del petróleo, el siglo XXI será recordado por cómo decidimos—o no—frenar el CO₂. Aún estamos a tiempo, pero la atmósfera ya ha hablado.

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