Los Ángeles promete unos Juegos Olímpicos en 2028 austeros y verdes, pero ¿podrá cumplir?

Los Ángeles acogerá los Juegos Olímpicos de 2028 con la promesa de no endeudar la ciudad ni dañar el medioambiente. Con un presupuesto de 7.150 millones, retos de seguridad y presión política, ¿podrá cumplir su objetivo?
Los Ángeles se prepara para acoger los Juegos Olímpicos de 2028 con la ambición de demostrar que es posible organizar un evento de esta magnitud sin sobrecostes ni daños medioambientales. La ciudad apuesta por un modelo basado en infraestructuras ya existentes, un presupuesto de 7.150 millones de dólares cubierto por patrocinios y una estrategia de transporte público masivo. El objetivo es no repetir los fracasos de Río o Atenas, que quedaron marcados por deudas y abandono, sino ofrecer unos Juegos que sirvan de referencia global en sostenibilidad y responsabilidad financiera.
El desafío económico y político
Convertirse en sede olímpica solía ser símbolo de orgullo global. Hoy, en cambio, ciudades como Río de Janeiro o Atenas son recordadas por la deuda y las ruinas que dejaron sus Juegos. Los Ángeles ha prometido no repetir esa historia en 2028. Con un presupuesto oficial de 7.150 millones de dólares, la ciudad quiere financiar la totalidad del evento con patrocinios corporativos, derechos de transmisión, venta de entradas y apoyo del COI.
El comité organizador asegura estar en camino de alcanzar los 2.500 millones en acuerdos comerciales, con gigantes como Uber y Archer —empresa de taxis aéreos eléctricos— como patrocinadores. “Estamos avanzando de forma significativa y confiamos en cerrar 2.000 millones de dólares en ingresos a finales de este año”, afirmó un portavoz de LA28.
El reto, sin embargo, no es solo financiero. Los Ángeles vive un contexto convulso: en enero de 2025, incendios históricos arrasaron 16.000 viviendas y en junio las redadas migratorias ordenadas por Donald Trump llevaron marines y Guardia Nacional a las calles. En paralelo, la ciudad afronta un déficit presupuestario cercano a los 1.000 millones de dólares.
El riesgo de sobrecostes preocupa a los expertos. El contrato con el COI compromete a la ciudad a cubrir los primeros 270 millones en desviaciones; el estado de California otros 270, y cualquier exceso adicional recaería en los contribuyentes angelinos. “En el mejor de los casos, Los Ángeles podría repetir el éxito de 1984 y alcanzar el equilibrio. Pero cualquier desviación supondría una enorme carga fiscal”, advierte un economista especializado en la economía de los Juegos.
En este clima, la política pesa. Trump, en su segundo mandato, mantiene una relación beligerante con California y podría usar los Juegos como arma de presión. Sus decisiones en inmigración, transporte o financiación federal para infraestructuras olímpicas podrían torpedear los planes.
La promesa ambiental y social
Más allá de las finanzas, Los Ángeles promete ser pionera en un modelo de Juegos sin nuevas sedes permanentes. Desde el SoFi Stadium y el Dodger Stadium hasta el Coliseo de 1932, la ciudad presume de contar con la infraestructura necesaria para albergar a atletas, turistas y periodistas. Incluso se usarán espacios icónicos como un set de Universal Studios para squash o las playas de San Clemente para surf.
El plan de movilidad es otro de los grandes retos. La alcaldesa Karen Bass sorprendió al declarar que aspiraba a organizar unos “Juegos sin coches”, una promesa difícil en la capital mundial del tráfico. Con el tiempo, la meta se ha suavizado a unos “Juegos con prioridad al transporte público”, apoyados por 2.700 nuevos autobuses eléctricos y extensiones clave de la red de metro, incluida la conexión con el aeropuerto.
No obstante, el éxito depende de que el gobierno federal apruebe 3.200 millones de dólares en ayudas al transporte, un compromiso aún incierto. “Si el experimento funciona, podría cambiar la relación de la ciudad con el transporte público”, señala el exresponsable de innovación del metro de Los Ángeles.
En lo social, LA28 ha prometido no repetir los abusos vistos en otras sedes, donde se desplazó a miles de personas para “limpiar” la imagen de la ciudad. Sin embargo, activistas temen que los habitantes sin hogar sufran redadas o desplazamientos encubiertos, como ocurrió durante la Super Bowl de 2022.
La sostenibilidad también estará bajo escrutinio. Los organizadores se han comprometido a reducir en un 10% adicional la huella de carbono respecto a París 2024, a pesar de las emisiones inevitables por los viajes aéreos de millones de espectadores. Iniciativas como Shade LA, que busca ampliar la cobertura arbórea en barrios vulnerables, intentan usar los Juegos como palanca de cambio urbano. Pero sin compromisos financieros claros, persisten dudas.
Entre el sueño y la tormenta
Los Juegos Olímpicos de 2028 en Los Ángeles representan una apuesta de alto riesgo. Con una ciudad sacudida por crisis ambientales, tensiones políticas y una economía frágil, el margen de error es mínimo. La promesa de no construir nuevas sedes y priorizar el transporte público convierte a LA en un caso único, con potencial para ofrecer un modelo de Juegos más baratos y sostenibles.
Pero la historia olímpica está llena de buenos propósitos que acabaron en sobrecostes y desilusión ciudadana. Los Ángeles intenta esquivar ese destino con pragmatismo: reutilizar lo que ya existe, asegurar grandes patrocinios y prometer respeto a las comunidades locales. El desafío real será cumplir la palabra dada cuando arrecien las presiones políticas, los posibles desvíos presupuestarios y las demandas logísticas de un evento global.
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