Los arrecifes de coral han marcado el pulso del clima terrestre durante 250 millones de años

Alberto Noriega     3 diciembre 2025     5 min.
Los arrecifes de coral han marcado el pulso del clima terrestre durante 250 millones de años

Un equipo internacional de geocientíficos reveló esta semana que los arrecifes de coral han moldeado el clima de la Tierra durante los últimos 250 millones de años, controlando el ritmo del ciclo del carbono y la velocidad con la que el planeta se recupera de episodios de calentamiento. El estudio, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, fue liderado por Tristan Salles (Universidad de Sídney) y Laurent Husson (Université Grenoble Alpes), y demuestra que el sistema climático alterna entre dos modos distintos dependiendo de la extensión de los arrecifes tropicales. Sin embargo, los mismos organismos que estabilizaron el clima durante eras geológicas están hoy amenazados por el calentamiento y la acidificación que contribuyeron a amortiguar durante millones de años.

Los arquitectos ocultos del clima terrestre

La nueva investigación propone una lectura radicalmente distinta de la relación entre vida y clima. Durante 250 millones de años, los arrecifes no han sido simples víctimas del cambio climático: han actuado como reguladores del ciclo global del carbono. En los periodos en los que las plataformas tropicales eran amplias y las aguas someras albergaban abundantes sistemas coralinos, se producía una acumulación masiva de carbonato cálcico en mares cálidos y de poca profundidad. Esta acumulación alteraba de forma profunda el intercambio químico con el océano profundo y debilitaba la bomba biológica, el mecanismo mediante el cual el plancton absorbe carbono y lo transporta hacia las profundidades.

Según explica Salles, “los arrecifes no solo respondían al clima, sino que ayudaban a establecer el ritmo de recuperación”. Cuando los arrecifes prosperaban, la capacidad del planeta para eliminar el exceso de dióxido de carbono quedaba restringida, ralentizando el retorno a condiciones estables tras episodios de calentamiento.

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Un planeta con dos modos climáticos

El estudio reconstruyó la evolución de los arrecifes y de los flujos de carbonato desde el Triásico combinando reconstrucciones tectónicas, simulaciones climáticas, modelos ecológicos y análisis de procesos superficiales globales. El resultado es un modelo de dos grandes estados climáticos:

En el modo arrecifal, caracterizado por amplias plataformas tropicales, los arrecifes consumen grandes cantidades de calcio y carbonato en mares someros. El enterramiento profundo de carbonato se reduce, la química oceánica se estabiliza en superficie, y la recuperación climática tras una inyección masiva de CO₂ se ralentiza.

En el modo sin arrecifes, activado cuando los corales colapsan por cambios tectónicos o variaciones del nivel del mar, el sistema oceánico se transforma por completo: calcio y alcalinidad se acumulan en las aguas profundas, el enterramiento de carbonatos se desplaza hacia el fondo oceánico, y el nanoplancton—organismos calcificadores microscópicos—incrementa su productividad. En este escenario, la recuperación climática se acelera.

Los investigadores identificaron tres episodios críticos durante los últimos 250 millones de años—iniciados en el Triásico medio, Jurásico medio y Cretácico tardío—cuando los arrecifes prosperaron hasta niveles que alteraron la química oceánica y elevaron considerablemente las temperaturas marinas. En estos momentos de sobrecarga arrecifal, el sistema climático se estabilizaba más lentamente, revelando el enorme peso ecológico de estas estructuras.

El colapso subsecuente de los arrecifes, asociado a cambios globales en la geografía de los mares, abrió espacio ecológico para una explosión del nanoplancton, cuyos caparazones calcáreos transformaron los flujos de carbono durante el resto del Mesozoico.

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Un espejo inquietante para el presente

Aunque el estudio mira al pasado profundo, sus conclusiones resuenan directamente en el presente. Los arrecifes modernos se encuentran en una fase de declive acelerado debido al calentamiento global, la acidificación del océano y la creciente frecuencia de episodios de blanqueamiento masivo. La Gran Barrera de Coral, el mayor sistema arrecifal del mundo, perdió entre un 25% y un 33% de su cobertura de coral duro solo en 2024, el mayor desplome anual registrado. En 2025 afrontó su sexto evento de blanqueamiento desde 2016.

El paralelismo geológico es evidente: en el pasado, cuando los arrecifes colapsaban, otros organismos calcificadores tomaban el relevo y restablecían la bomba biológica en las profundidades marinas. Pero la situación actual es distinta. Los grupos que podrían protagonizar ese reemplazo—plancton flotante, foraminíferos, algas calcificadoras—están también amenazados por la acidificación, que dificulta la formación de sus esqueletos y debilita los procesos de enterramiento del carbono.

Eso implica que la desaparición de los arrecifes modernos no desencadenaría un mecanismo de compensación similar al del pasado geológico. Antes de que cualquier proceso de estabilización comenzara, se produciría una pérdida ecológica masiva e irreversible, con efectos que se extenderían a pesquerías, costas, biodiversidad y ciclos biogeoquímicos globales.

El largo reloj del clima y la escala humana

La investigación ofrece un mensaje doble: por un lado, demuestra que el sistema terrestre ha sido históricamente capaz de recuperarse de enormes perturbaciones climáticas; por otro, revela que esas recuperaciones ocurren en escalas de tiempo de miles o cientos de miles de años, completamente incompatibles con la escala humana.

Como apunta Salles, “el sistema terrestre eventualmente se recuperará de la alteración masiva de carbono en la que estamos entrando”. Pero esa recuperación se produciría mucho después de que los sistemas arrecifales actuales hayan desaparecido, y en un planeta profundamente transformado.

El ecólogo Alexander Skeels destaca que el estudio ilustra un “ciclo de retroalimentación profundamente interconectado entre la vida y el clima”, recordando que no existe una separación rígida entre procesos biológicos y geológicos: la vida ha moldeado el clima, y el clima ha moldeado la vida, en un bucle continuo de coevolución.

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