Buzos destruyen 5,8 millones de erizos y las algas marinas resurgen en Santa Monica Bay

Buzos y pescadores eliminaron 5,8 millones de erizos y restauraron 80,7 acres de algas marinas, reactivando un ecosistema clave frente a Los Ángeles.
En la costa de Rancho Palos Verdes (California), una alianza de científicos, buzos y pescadores ha logrado revertir el colapso del bosque de algas marinas que en dos décadas perdió el 80% de su extensión por calor, contaminación y sobrepoblación de erizos. Liderado por The Bay Foundation, el proyecto sumó 15.575 horas de trabajo subacuático y la eliminación de 5,8 millones de erizos púrpura, restaurando 80,7 acres (32,7 hectáreas) de arrecifes. La operación, activa desde 2012, demuestra que una gestión dirigida puede recuperar, en meses, un hábitat que sustenta a más de 800 especies y amortigua temporales. Hoy, el “bosque olvidado” vuelve a cubrir la bahía con frondas que forman alfombras en superficie y devuelven peces, langostas y equilibrio.
Martillo contra el vacío
El giro empezó con un dato brutal: en áreas convertidas en “barrens” dominaban 70–80 erizos por metro cuadrado, raspando el sustrato hasta impedir que las esporas microscópicas de alga marina se fijaran. Los equipos definieron un umbral ecológico de dos erizos/m² para permitir el rebrote y, a partir de ahí, comenzaron a reducir manualmente las poblaciones a martillazos, parcela a parcela, semana a semana.
La intervención combinó ciencia y oficio: buzos profesionales y 75 voluntarios, coordinados por The Bay Foundation, trabajaron como una “brigada de bacheo” submarina: tap, tap en cada hueco del arrecife, retirando erizos famélicos, “zombies” vacíos de carne que no alimentan pesquerías y devoran brotes. El resultado, a menudo, fue fulminante: en tres meses los mantos de algas marinas podían reaparecer densos, con frondas que se elevan hasta 30 metros y crecen 60 cm al día.
Los bosques de algas marinas son las “sequoias del mar”: fijan carbono en cantidades notables, estabilizan sedimentos y amortiguan oleaje de tormenta, mientras crean hábitat para garibaldis naranja, meros, peces oveja, tiburones costeros y hasta ballenas azules en paso por el canal. Vistos desde abajo, son catedrales de luz: haces solares atraviesan un dosel que filtra nutrientes y refugio.
Cuando las algas marinas regresan, todo fluye: el agua se clarifica, las presas vuelven, los depredadores asoman y el arrecife recompone su red trófica. Los monitoreos del proyecto confirman mayores abundancias de lubina de alga marina y pez oveja, el retorno de la langosta espinosa de California y, en un guiño económico, gónadas de erizo rojo un 168% más pesadas en sitios restaurados.
Cómo se llegó aquí
El colapso fue un efecto dominó. La caza de nutrias en el XIX quitó un depredador clave de erizos; entre 1940 y 1970, vertidos de DDT frente a Palos Verdes y deslizamientos cargados de sedimentos asfixiaron arrecifes; más tarde, la enfermedad de desgaste diezmó estrellas de mar, otro regulador de erizos. Con océanos más cálidos por el clima, el sistema quedó fuera de control.
Frente a ese legado, el proyecto eligió intervención activa: limpiar, medir, repetir. Y, crucial, co-crear con la pesca: a los erizos comerciales sanos no se les tocó; pescadores como Terry Herzik fueron contratados para restaurar primero y pescar mejor después en ecosistemas recuperados.
La ciencia aplicada marcó la pauta: dos erizos por m² permite que el alga marina agarre de nuevo. Por encima, los juveniles mueren; por debajo, se mantiene diversidad y función. Medir ese umbral, sostenerlo y vigilar bolsas de reinvasión es lo que separa una restauración duradera de un relapso.
Los equipos sumaron 13 años de seguimiento con cinta y cámara, ajustando técnicas por sitio. En algunos parches, los erizos vuelven a expandirse y obligan a nuevas pasadas. La lección es clara: restaurar es un verbo continuo, no un acto único. La mayoría de sitios restaurados, sin embargo, se mantienen estables pese a olas de calor marinas.
Resultados medibles
A día de hoy, el balance es tangible: 5,8 millones de erizos púrpura eliminados, 80,7 acres libres, 32,7 hectáreas —61 campos de fútbol— donde el alga marina volvió a tejer su cubierta. En superficie, las frondas forman esteras tan densas que aves zancudas se posan y pescan; bajo ellas, cardúmenes llenan el espacio antes morado y vacío.
Más que símbolos, son servicios ecosistémicos: el alga marina captura nutrientes en exceso, mejora calidad de agua y fija sedimentos, reduciendo la inestabilidad de taludes tras lluvias. En un litoral densamente habitado como Los Ángeles, ese beneficio público se mide en biodiversidad, protección costera y apoyo a pesquerías.
No todo es triunfo: bolsas rebeldes de erizos persisten, y las “blobs” de calor futuras pueden forzar retrocesos. Pero la resiliencia del alga marina —un organismo oportunista, listo para aprovechar ventanas de buenas condiciones— juega a favor si se mantiene el control de herbívoros.
El proyecto ofrece un modelo exportable para Tasmania, Corea o el Canal de Santa Bárbara: establecer umbrales, involucrar comunidades, asegurar financiación pública y crear empleo azul. Impacto doble: clima y economía. En restauración marina, la velocidad importa: recuperar en meses lo que la degradación tardó años en imponer cambia narrativas y políticas.
Catedral submarina
El verdadero valor de este éxito es estratégico: demuestra que la gestión activa puede romper ciclos de colapso aun en costas urbanas, que pesca y conservación suman cuando el objetivo es función ecosistémica y que adaptación climática empieza en soluciones locales con métricas claras. Si se escala con finanzas climáticas y metas de carbono azul, proyectos así pueden multiplicar sumideros, proteger costas y reducir riesgos. La pregunta no es si el martillo es replicable, sino cómo institucionalizar su lógica: umbrales basados en evidencia, vigilancia permanente y alianzas con quienes viven del mar. Porque el alga marina, como toda infraestructura natural, rinde dividendos si se cuida. Y porque en un Pacífico más cálido, cada hectárea recuperada es un seguro de vida para ciudades, pesquerías y biodiversidad; una catedral de luz donde vuelve a fluir la vida.
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