Un cementerio de 100,000 años en Israel reescribe la historia de los rituales humanos

Alberto Noriega     29 julio 2025     5 min.
Un cementerio de 100,000 años en Israel reescribe la historia de los rituales humanos

Descubren en Israel entierros de 100.000 años con objetos rituales, revelando los orígenes del simbolismo humano y la convivencia de especies.

Arqueólogos israelíes han encontrado uno de los cementerios más antiguos del mundo en la cueva de Tinshemet, a 40 km de Tel Aviv, donde hace 100.000 años humanos primitivos enterraron a sus muertos en posiciones ceremoniales. El hallazgo fue publicado en Nature Human Behaviour y representa el primer descubrimiento de entierros paleolíticos en más de medio siglo. En las fosas, dispuestas con precisión simbólica, se hallaron dos esqueletos completos, cráneos sueltos y más de 500 fragmentos de ocre. El descubrimiento aporta nuevas pruebas sobre la existencia temprana de rituales fúnebres y la mezcla de poblaciones como Homo sapiens y neandertales en la región.

Un ritual milenario bajo la piedra

Los restos fueron hallados en posición fetal, con las manos cuidadosamente colocadas bajo la cabeza. Objetos rituales como piedras volcánicas y pigmentos ocre acompañaban los cuerpos.

En el corazón de la cueva de Tinshemet, un hallazgo arqueológico sin precedentes revela que nuestros antepasados ya practicaban rituales funerarios hace 100.000 años. Los esqueletos descubiertos, dispuestos en posiciones fetales dentro de fosas excavadas con intención, sugieren una sofisticada comprensión simbólica del cuerpo y la muerte. Según Yossi Zaidner, coautor del estudio y profesor en la Universidad Hebrea, «es la primera vez que empezamos a usar este comportamiento como especie».

El equipo encontró evidencias inequívocas de ceremonias: fragmentos de ocre rojo, restos de animales y piedras de basalto, algunos traídos desde cientos de kilómetros, acompañaban los cuerpos. Esto apunta no solo a una intención ritual, sino a redes sociales y movilidad territorial más extensas de lo que se creía. Un esqueleto excepcionalmente bien conservado muestra incluso los dedos entrelazados y las manos bajo la cabeza, en un gesto de recogimiento que trasciende el tiempo.

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Una excavación que reescribe patrones

El descubrimiento confirma antiguos indicios en otras cuevas del norte de Israel, pero con mayor solidez. Los investigadores usan técnicas de microexcavación para preservar cada centímetro del sitio.

La última vez que se encontraron entierros del Paleolítico Medio en Israel fue hace más de 50 años. Las famosas cuevas de Skhul y Qafzeh ofrecieron indicios, pero con incertidumbre. El caso de Tinshemet no solo reafirma esas sospechas, sino que aporta fechas más precisas, mejor conservación y un contexto ritual claramente definido. «Esto confirma que no era una anomalía», declaró Christian Tryon, arqueólogo de la Universidad de Connecticut.

La excavación avanza con una meticulosidad poco común. Debido a los sedimentos cementados, los arqueólogos retiran solo cinco centímetros por temporada, comparado con los 40 o 50 que suelen removerse en otros yacimientos. La mezcla de cenizas rituales, lluvias antiguas y la piedra caliza del entorno han creado condiciones de conservación extraordinarias. Esta combinación única permitió que los restos humanos se mantuvieran en un estado que permite reconstruir no solo sus vidas, sino su visión del más allá.

Cuando sapiens y neandertales enterraban juntos

Israel fue un punto de encuentro entre especies humanas que compartieron territorio y cultura.
Los entierros revelan un lenguaje común: el simbolismo como expresión de identidad.

El contexto geográfico del hallazgo es tan revelador como el descubrimiento en sí. Hace 100.000 años, Israel era un corredor natural entre África y Eurasia. Allí coincidieron poblaciones de Homo sapiens que emigraban desde el sur con grupos de neandertales procedentes del norte. Tinshemet podría contener restos de ambos, o incluso de una población híbrida. La genética aún no ha dicho la última palabra, pero la disposición simbólica de los cuerpos sugiere que compartían rituales y una forma similar de comprender la muerte.

Estas prácticas funerarias coinciden con la aparición de otras formas de simbolismo: pigmentación corporal, joyas primitivas, y herramientas decoradas. Para Israel Hershkovitz, codirector de la excavación, los cementerios no solo eran lugares de memoria, sino afirmaciones territoriales con peso político y social. “Era una forma de decirle al vecino: este terreno tiene dueño, aquí descansan mis ancestros”, afirmó. Ese tipo de gesto cultural, profundamente humano, sigue resonando hoy en nuestras ciudades y lápidas.

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El alma de piedra roja

El descubrimiento de Tinshemet no habla solo de huesos, sino de la aparición de una conciencia colectiva. El ocre, el fuego y los gestos simbólicos marcan el inicio de una humanidad que piensa, recuerda y honra.

La historia enterrada en la cueva Tinshemet no es solo arqueológica, es espiritual. El uso de ocre rojo—el pigmento simbólico por excelencia—resuena como una constante desde las primeras tumbas africanas hasta las cavernas de Europa. Es la materia con la que el ser humano comenzó a pintar su presencia en el mundo, y quizás también a imaginar lo que ocurre después de la muerte.

Cada fósil encontrado en Israel nos empuja a reconsiderar cuándo empezó realmente la historia humana. No solo hablamos de herramientas o cráneos, sino de lo que hacemos con ellos. Cuando enterramos a nuestros muertos con cuidado, cuando viajamos kilómetros para encontrar una piedra especial, cuando doblamos las manos de un ser querido bajo su cabeza, estamos diciendo algo. Algo sobre el amor, el territorio, la pertenencia, el tiempo. Tinshemet no es solo un cementerio: es la primera frase escrita en el lenguaje universal del alma.

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