China adelanta seis años sus objetivos y toma las riendas de la transición energética

Alberto Noriega     19 septiembre 2025     4 min.
China adelanta seis años sus objetivos y toma las riendas de la transición energética

China adelanta sus metas renovables y se perfila como líder climático global, mientras EE. UU. bajo Trump retrocede en compromisos.

China ha confirmado su papel como actor central en la transición energética global. Mientras EE. UU. retrocede en compromisos climáticos bajo la administración Trump, Pekín acelera con un dominio absoluto en la fabricación de turbinas eólicas, paneles solares y vehículos eléctricos. Según los analistas, el país asiático podría alcanzar este mismo año el pico de sus emisiones, un hito que reconfiguraría no solo la lucha contra la crisis climática, sino también el equilibrio geopolítico mundial.

El giro histórico de la energía

En septiembre de 2025, los focos internacionales no estuvieron solo sobre el desfile militar que celebró en Pekín el 80º aniversario del final de la segunda guerra mundial. Lo realmente transformador no fueron los tanques ni los misiles, sino los millones de aerogeneradores, placas solares y coches eléctricos que China ya produce y exporta a escala planetaria.

La magnitud del cambio es difícil de exagerar. En 2024, el país instaló el doble de capacidad eólica y solar que el resto del mundo combinado, alcanzando los 1.200 GW seis años antes del objetivo gubernamental. Al mismo tiempo, las cuatro mayores fabricantes de turbinas eólicas del mundo ya son chinas, y la industria fotovoltaica domina más del 70% del mercado global.

El contraste con EE. UU. es abismal. Bajo Trump, el país ha cerrado centros de investigación climática, cancelado 22.000 millones de dólares en proyectos de energía limpia y reducido la inversión en eólica al nivel más bajo de la última década. Mientras Washington revive el discurso del carbón y el gas, Pekín se erige en proveedor imprescindible de tecnologías limpias para economías emergentes y socios estratégicos como la Unión Europea, India o Brasil.

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En palabras de Li Shuo, director de China Climate Hub en Asia Society, “cuando hablamos de energía limpia ya no tiene sentido mencionar competencia: solo hay un jugador, y es China”.

Entre la ambición geopolítica y la justicia climática

La incógnita ahora es si China convertirá este dominio industrial en liderazgo político y financiero. En la próxima COP30 de Belém, todo apunta a que Pekín presentará un nuevo plan nacional de reducción de emisiones (NDC) que podría marcar el inicio del declive irreversible del carbón.

Sin embargo, las tensiones internas persisten. Una corriente del liderazgo defiende que China no debe cargar con la responsabilidad histórica que corresponde a los países desarrollados. Otra apuesta por aprovechar la transición como motor económico y como herramienta diplomática para ampliar la influencia global.

Lo que es indiscutible es la velocidad del cambio: el sector de las energías limpias ya representa un 10% del PIB chino, unos 1,9 billones de dólares, equivalente a toda la economía de Australia. Además, genera millones de empleos y sustenta la ambición de convertirse en la primera potencia tecnológica del siglo XXI.

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En paralelo, Xi Jinping ha reforzado la narrativa multilateral, asegurando que China “no reducirá sus esfuerzos climáticos ni su cooperación internacional”. De hecho, antes de la cumbre, Pekín ha sellado una alianza estratégica con la Unión Europea para garantizar resultados “ambiciosos y equitativos”. Ursula von der Leyen lo resumió con claridad: “Ahora más que nunca, la UE y China deben sostener el Acuerdo de París”.

El tablero climático global se ha reconfigurado. Si en la segunda mitad del siglo XX la hegemonía se midió en cabezas nucleares y barriles de petróleo, en el siglo XXI se medirá en gigavatios renovables y toneladas de emisiones evitadas. En esa contienda, China ya va varios cuerpos por delante.

El liderazgo verde chino no está exento de contradicciones: su consumo de carbón sigue siendo gigantesco y sus planes climáticos aún son calificados como “altamente insuficientes”. Pero mientras EE. UU. se aferra a un pasado fósil, China avanza hacia un futuro que, le guste o no al resto del mundo, marcará la velocidad y la dirección de la transición energética.

La lección es clara: en la geopolítica del clima, quien controla la energía del mañana controla también la economía y la política global. Hoy, ese jugador ya tiene nombre.

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