Elon Musk plantea usar satélites de inteligencia artificial para reducir la radiación solar

Alberto Noriega     1 noviembre 2025     5 min.
Elon Musk plantea usar satélites de inteligencia artificial para reducir la radiación solar

Expertos advierten sobre los riesgos técnicos, éticos y económicos de esta forma de geoingeniería espacial.

Elon Musk volvió a encender el debate sobre la geoingeniería el lunes al proponer, a través de X, un proyecto que suena a ciencia ficción: una red de satélites controlados por inteligencia artificial capaces de “ajustar cuánta energía solar llega a la Tierra”. La iniciativa, presentada como una forma de combatir el calentamiento global, combina dos de los grandes intereses del fundador de SpaceX —la energía solar y la tecnología orbital—, y se suma a su historial de propuestas disruptivas que oscilan entre la genialidad y la controversia.

Musk describió su visión como una “gran constelación de satélites de IA alimentados por energía solar”, que actuarían como un sistema dinámico de regulación térmica planetaria mediante reflejos parciales o modulaciones del flujo solar. Este concepto se asemeja a las teorías de gestión de radiación solar (SRM, por sus siglas en inglés) que han sido exploradas en la literatura científica, incluyendo la posibilidad de instalar “paraguas orbitales” o espejos espaciales capaces de reducir entre 1 y 2 °C la temperatura global promedio.

La propuesta también se enmarca en las ambiciones energéticas más amplias del magnate. Musk habló de satélites que podrían capturar y transmitir hasta 100 gigavatios de energía solar en unos pocos años, y proyectó un escenario aún más futurista: con una fábrica lunar, la capacidad podría elevarse a 100 teravatios anuales.

Ciencia audaz, escepticismo terrenal

La idea no es nueva, pero el entusiasmo de Musk reavivó un debate cargado de dilemas éticos y científicos. Los estudios existentes sobre geoingeniería espacial advierten que tales proyectos serían tecnológicamente monumentales y económicamente descomunales. Para funcionar a escala global, se necesitarían miles de satélites y una inversión inicial superior a los 100.000 millones de dólares, según estimaciones académicas.

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Los riesgos van más allá del coste. Los científicos advierten que manipular la radiación solar podría alterar patrones climáticos regionales, generando enfriamientos desiguales, sequías o cambios en los monzones. Además, la cuestión de quién tendría el control de un sistema tan poderoso abre una caja de Pandora geopolítica.

“Estamos hablando de una tecnología con la capacidad de modificar el clima del planeta. Sin un marco de gobernanza internacional, sería extremadamente peligroso”, señaló el climatólogo Raymond Pierrehumbert, quien junto con Michael Mann ha calificado iniciativas similares de “potencialmente desestabilizadoras”.

El contraste entre el idealismo tecnológico y la realidad física no pasó desapercibido. Investigaciones recientes indican que los sistemas espaciales serían “mucho más fáciles de proponer que de ejecutar”, con costos que podrían escalar a múltiples billones de dólares. En cambio, otras estrategias de enfriamiento solar, como la inyección de aerosoles estratosféricos, podrían lograrse con un coste cercano a los 18.000 millones, aunque tampoco están exentas de riesgos ambientales.

Ironías y sombras en la órbita de SpaceX

La propuesta llega en un momento incómodo para la propia SpaceX, que enfrenta cuestionamientos ambientales en torno a sus operaciones. La Fuerza Aérea de Estados Unidos suspendió recientemente uno de sus lanzamientos por preocupaciones sobre la contaminación generada por los cohetes de la empresa, lo que deja en evidencia la paradoja de buscar soluciones climáticas mientras se multiplican las huellas de carbono espaciales.

Musk, sin embargo, ve en la órbita terrestre una extensión lógica de la infraestructura energética y tecnológica humana. La constelación que imagina podría integrarse con los satélites Starlink V3, equipados con capacidad de transmisión de 1 terabit por segundo y potencial para albergar centros de datos espaciales alimentados por energía solar. En su visión, esta red serviría tanto para regular la radiación solar como para sostener una nueva capa de inteligencia artificial autónoma más allá de la atmósfera.

Los críticos, en cambio, advierten que esta ambición refleja un sesgo tecnosolucionista, que prioriza la invención sobre la prevención. “Antes de intentar apagar el sol, quizá deberíamos dejar de quemar combustibles fósiles”, ironizó un investigador del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático.

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El dilema ético de jugar con el clima

La comunidad científica lleva años dividida sobre la geoingeniería solar. Algunos ven en ella un “plan de emergencia” ante el fracaso de las políticas de reducción de emisiones; otros la consideran una tentación peligrosa que podría distraer de las verdaderas soluciones: descarbonizar la economía, reducir el consumo y restaurar los ecosistemas.

Una encuesta publicada por New Scientist reveló que el 52% de los climatólogos teme que “actores deshonestos” desplieguen tecnologías de modificación solar sin supervisión global, generando conflictos internacionales o daños colaterales irreversibles.

El propio Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) ha evitado incluir la geoingeniería espacial entre sus estrategias factibles, al considerarla económicamente inviable y éticamente incierta. Para muchos expertos, permitir que empresas privadas o individuos tomen el control del termostato planetario sería un paso tan arriesgado como irreversible.

Entre la visión y la realidad

Elon Musk ha construido su carrera sobre promesas que rozan la ciencia ficción y, en ocasiones, la han hecho realidad: cohetes reutilizables, vehículos eléctricos globales, planes de colonización marciana. Pero su última propuesta enfrenta un obstáculo mayor que la tecnología: la confianza pública.

En un contexto donde la cooperación internacional para reducir emisiones sigue estancada, la idea de “oscurecer el sol” suena tanto a utopía tecnológica como a advertencia existencial. ¿Puede la inteligencia artificial salvarnos del clima… o solo acelerar nuestra desconexión con él?

Por ahora, la mayoría de los científicos coincide en que el verdadero desafío no está en el cielo, sino en la Tierra: reducir las emisiones, restaurar los ecosistemas y transformar la economía energética antes de que el planeta busque su propio apagón.

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