Los “incendios zombi” del Ártico: el nuevo enemigo climático que nunca se apaga
Los incendios zombi del Ártico reavivan bajo la nieve, destruyen permafrost y liberan carbono ancestral, agravando la crisis climática.
En Canadá y otras regiones boreales del hemisferio norte, un nuevo tipo de incendio está transformando por completo los ecosistemas: los llamados “incendios zombi”. Investigadores alertan de que estos fuegos, que sobreviven al invierno bajo el suelo congelado, están aumentando en frecuencia debido al calentamiento acelerado de las zonas árticas. El fenómeno, documentado en 2023 y 2024 tras una temporada histórica de incendios forestales en Canadá, alarma a científicos y comunidades que ya viven las consecuencias. La pregunta ahora es cómo gestionar unos incendios que, incluso cubiertos de nieve, siguen devorando carbono ancestral.
Un fuego que no muere ni con nieve
Lo ocurrido en Donnie Creek, en la Columbia Británica, resume el giro dramático que vive el norte global. En mayo de 2023, un rayo desató un incendio temprano pero explosivo sobre un bosque reseco tras un otoño árido y una primavera inusualmente cálida. En pocas semanas, el fuego arrasó una superficie casi dos veces mayor que el centro de Londres, convirtiéndose en uno de los mayores incendios de la provincia. Ese año, Canadá registró la mayor extensión quemada de su historia.
Normalmente, el inicio del invierno —con temperaturas bajo cero y un manto de nieve— marca el final natural de los incendios. Pero esta vez fue diferente. El fuego penetró en el suelo, se aisló bajo la nieve y siguió ardiendo de forma lenta y silenciosa durante meses. Cuando llegó la primavera de 2024, el incendio resurgió con fuerza, convirtiéndose oficialmente en un “incendio zombi”. Para agosto, había destruido más de 600.000 hectáreas, afectando ecosistemas difíciles de recuperar.
Estos incendios, antes raros en Siberia, Alaska y Canadá, se están multiplicando en una atmósfera cada vez más cálida. Según estudios recientes, los incendios zombi ya están extendiendo la temporada de incendios a lo largo de todo el año, rompiendo patrones climáticos y ecológicos que habían definido estas regiones durante milenios.
El permafrost: un almacén de carbono convertido en combustible
El gran peligro de los incendios zombi reside en dónde arden: los suelos orgánicos ricos en carbono que componen el permafrost. Se calcula que solo el 15% del hemisferio norte está sustentado por permafrost, pero sus profundos suelos congelados almacenan el doble de carbono del que hoy hay en la atmósfera.
A diferencia de los incendios de copa —rápidos y visibles—, los incendios zombi arde a baja temperatura pero durante largos periodos, liberando partículas finas, metano y dióxido de carbono en volúmenes muy superiores. La profesora Lori Daniels, de la Universidad de Columbia Británica, lo explica así: “Estamos quemando carbono que tardó cientos o miles de años en acumularse. Se convierte en un bucle de retroalimentación con consecuencias tremendas”.
Las consecuencias ecológicas son profundas. Estos fuegos pueden llegar a quemar hasta la roca madre, destruyendo el banco de semillas y dejando tras de sí suelos minerales empobrecidos, compuestos solo de arena, arcilla y limo. Allí donde un incendio “normal” permitiría una recuperación rápida, un incendio zombi puede detener la regeneración durante décadas.
Un desafío para la detección y la gestión del fuego
Otra dificultad es la detección. Los incendios zombi apenas emiten humo y suelen delatarse solo por plumas de vapor procedentes de suelos que hierven en pleno invierno. Esto complica la planificación y obliga a equipos de emergencia a trabajar durante todo el año.
Los científicos desarrollan métodos basados en imágenes satelitales y sensores infrarrojos para identificar puntos calientes bajo la nieve, pero la falta de cooperación internacional —especialmente en Siberia— impide comprender la escala del fenómeno.
Un problema que crece con el calentamiento acelerado del norte
El norte del planeta es la región que más rápido se calienta del mundo, con aumentos de temperatura que superan en varios grados la media global. Esto provoca que los suelos orgánicos —tradicionalmente saturados de humedad— se sequen y queden listos para arder. Como advierte Patrick Louchouarn, profesor de Ohio State University: “Cuanto más se seca el permafrost, mayor es la posibilidad de que esas capas ricas en carbono se conviertan en combustible”.
Los incendios zombi se suman a este círculo de retroalimentación: el calor del fuego derrite el permafrost, libera metano y CO₂, y deja la superficie aún más expuesta a futuros incendios. El resultado es un colapso gradual de la capacidad del ecosistema para absorber carbono, además de un aumento en emisiones que acelera aún más la crisis climática.
En 2025, Canadá volvió a vivir un inicio temprano de la temporada de incendios. Para septiembre, 8,8 millones de hectáreas habían sido quemadas, un número que los expertos relacionan con incendios zombi persistentes que resurgieron tras el invierno. El patrón, ya observado en Alaska y Siberia, apunta a un futuro donde los incendios multiestacionales serán cada vez más comunes.
Ecoestrés y desplazamiento: las comunidades del norte en alerta
Más allá del impacto ambiental, las consecuencias humanas son devastadoras. La profesora Jennifer Baltzer, de la Universidad Wilfrid Laurier, recuerda que en 2023 el 70% de los habitantes de los Territorios del Noroeste tuvo que ser evacuado durante incendios extremos. Algunas comunidades escaparon conduciendo entre paredes de fuego. En primavera, numerosos incendios zombi seguían activos alrededor de asentamientos evacuados, aumentando el trauma y la incertidumbre.
La población indígena y rural del norte —la más conectada con los ecosistemas boreales— sufre impactos desproporcionados: pérdida de biodiversidad, alteraciones en la fauna clave para la subsistencia y mayores riesgos respiratorios por la contaminación del aire. Los incendios zombi aumentan la carga psicológica, pues destruyen la idea de que el invierno ofrece un respiro seguro.
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