La moda rápida arrasa en Corea del Sur mientras el país se ahoga en sus residuos textiles
Corea del Sur vive un auge del fast fashion y una crisis de residuos textiles. Iniciativas locales buscan regular y hacer circular su industria.
En Corea del Sur, uno de los mayores exportadores de ropa usada del mundo, el auge del fast fashion está generando un volumen de residuos sin precedentes. El país gastó casi 58.000 millones de dólares en moda entre 2024 y 2025, lo que ha acelerado un problema ambiental que pocas instituciones regulan. En Seúl, organizaciones como Wear Again Lab denuncian que más del 80% del reciclaje textil está en manos privadas, sin supervisión gubernamental. Sus campañas buscan cambiar un sistema que, según sus fundadoras, ya no puede asumir el coste oculto de la moda barata.
Una crisis textil que crece sin control
El aumento del consumo de moda en Corea del Sur no es una cuestión menor: entre marzo de 2024 y febrero de 2025, la población gastó 58.000 millones de dólares en productos textiles, según datos oficiales. Esta cifra revela un país donde el vestir no solo cubre una necesidad, sino que sostiene una parte profunda de su identidad cultural. En palabras de Juyeon Jung, fundadora y CEO de Wear Again Lab, “la apariencia es muy importante en Corea”. Su diagnóstico es claro: el acceso a ropa barata ha disparado un consumo compulsivo, y con él, una cadena de residuos que el país no está preparado para gestionar.
Cada año se generan 800.000 toneladas de desechos textiles, según el Instituto Coreano del Medio Ambiente. Es una cifra equivalente al peso de más de 2.000 aviones comerciales. Lo más grave es que Corea del Sur apenas recicla el 12% de estos residuos a nivel nacional debido a la falta de infraestructuras públicas. La mayor parte termina exportada a India, Malasia y Pakistán, donde a su vez se reexporta a otros países con menos capacidad para procesarla. La consecuencia: una externalización masiva del problema ambiental.
El vacío regulatorio que alimenta el negocio
La ausencia de normas claras permite que el sistema funcione como un mercado opaco. Más del 80% de la gestión de ropa usada depende del sector privado. Esto significa cajas de recogida distribuidas por las calles sin dueño visible, sin auditorías y sin datos precisos sobre su contenido o destino. El modelo beneficia a intermediarios que venden la ropa usada al mejor postor internacional, generando beneficios privados de un residuo público.
Jung resume el problema con una frase contundente: “Todo el mundo puede comprar una caja”. Esta facilidad crea un ecosistema donde los propietarios de las cajas, en lugar de fomentar prácticas circulares, luchan activamente contra cualquier intento de regulación que pudiera reducir su margen. La falta de supervisión también impide generar estadísticas fiables, algo que investigadores del Instituto Coreano del Medio Ambiente consideran crítico para desarrollar políticas eficaces.
Un impacto global que no se ve en los escaparates
La moda rápida alimenta una crisis que trasciende fronteras. La ONU advierte que cada segundo se entierra o quema un camión de ropa, liberando toxinas y microfibras al ambiente. Paralelamente, la industria de la moda —impulsada por fibras sintéticas, tintes químicos y cadenas de suministro intensivas en energía— es responsable de hasta el 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. El problema no es solo local: es estructural y global.
Un giro hacia la circularidad que empieza a tomar forma
Frente a este panorama, el Gobierno surcoreano ha comenzado a mover ficha. En 2025 anunció una inversión de 24,7 millones de dólares para desarrollar tecnologías capaces de reciclar fibras compuestas de poliéster, el material más común en los residuos textiles del país. La iniciativa busca crear un marco industrial capaz de volver a integrar estos materiales en nuevas cadenas de producción, reduciendo la dependencia del reciclaje exterior.
En paralelo, organizaciones como Wear Again Lab presionan para que Corea adopte medidas similares a las europeas. Desde 2023 promueven una legislación que prohíba destruir stock no vendido, una práctica habitual en marcas y minoristas que contribuye a que el 30% de la ropa producida globalmente jamás llegue a venderse. Para Jung, el mensaje es directo: “Tenemos que hacernos cargo de nuestros propios residuos”.
Educación, comunidad y disfrute: un modelo que funciona
Además de su labor de incidencia política, Wear Again Lab ha impulsado una cultura de reparación y reutilización. Organizan más de 50 intercambios de ropa y talleres de costura al año, esfuerzos que combinan formación ambiental con experiencias comunitarias. La estrategia tiene un matiz clave: hacerlo divertido. Jung lo resume así: “Debe ser agradable para sostenerse en el tiempo”.
Lo que comenzó atrayendo a personas con conciencia ecológica está llegando ahora a amantes de la moda que buscan piezas únicas o desean aprender a reparar sus prendas. El resultado es un cambio cultural visible: la sostenibilidad se está volviendo aspiracional. La estética retro, los tejidos duraderos y la artesanía vuelven a ganar espacio en un mercado saturado por lo efímero.
Un boom del second-hand que plantea preguntas
El mercado de segunda mano vive un momento de auge. Las zonas de Seúl más asociadas al streetwear están llenas de tiendas especializadas en ropa “vintage” y artículos de lujo reutilizados. Paralelamente, las plataformas online impulsan un mercado que alcanzará 30.000 millones de dólares en 2025, duplicando su tamaño respecto a 2021.
Según estudios de consumo, la inflación y la preocupación ambiental son los motores de esta expansión.
Pero Jung advierte de una trampa creciente: muchas personas compran artículos caros para revenderlos a beneficio propio. El mercado, en lugar de frenar el consumo, puede terminar incentivándolo. La fundadora insiste: “El second-hand no es la solución si seguimos comprando igual”. Para ella, el camino pasa por comprar menos, usar más y regular mejor.
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