La otra crisis climática: desplazamiento, desigualdad y el precio invisible del refugio

Alberto Noriega     31 octubre 2025     4 min.
La otra crisis climática: desplazamiento, desigualdad y el precio invisible del refugio

La migración climática ya está ocurriendo, y no siempre implica cruzar océanos. Desde los barrios de Miami hasta las aldeas de Zambia y las montañas de Arizona.

Cuando escuchamos “migración climática”, la imaginación colectiva suele pintar la imagen de un barco repleto de familias huyendo de desastres naturales. Pero el fenómeno es más complejo y silencioso. A veces no se manifiesta en caravanas ni en costas desbordadas, sino en algo tan cotidiano como el aumento del alquiler, la especulación inmobiliaria o un barrio que cambia de rostro sin aviso.

Las migraciones del siglo XXI no solo responden a la pérdida de territorios habitables, sino también a la búsqueda de lugares más seguros frente al cambio climático. Las ciudades receptoras, sin embargo, no estaban preparadas para absorber a quienes llegan ni para proteger a quienes ya viven en ellas. En consecuencia, los ricos compran seguridad mientras los vulnerables son expulsados, y el mapa urbano se reconfigura bajo nuevas formas de desigualdad.

Miami: cuando la tierra alta vale más que el mar

En Miami, una de las ciudades más expuestas al aumento del nivel del mar, la desigualdad climática ya se traduce en desplazamientos internos. Durante décadas, los barrios de Allapattah, Liberty City y Little Haiti —zonas históricamente habitadas por comunidades negras e inmigrantes— fueron considerados periferias modestas. Hoy, sin embargo, el capital los asedia: están a mayor altitud, y por tanto, son más seguros ante las inundaciones.

Entre 2019 y 2023, los impuestos a la propiedad aumentaron un 60%, y la renta promedio se disparó. Los antiguos vecinos ven cómo sus hogares son comprados por desarrolladores o fondos de inversión que los convierten en condominios de lujo. Lo que antes era gentrificación ahora tiene otra raíz: el desplazamiento climático.

Nombrarlo así no es solo una cuestión semántica. Es reconocer que el fenómeno no proviene del mercado, sino de la redistribución del riesgo ambiental. Llamarlo por su nombre permite acceder a fondos de mitigación, crear leyes de protección y diseñar políticas públicas específicas. Mientras lo sigamos tratando como una mera crisis de vivienda, seguiremos actuando con soluciones locales ante un problema global.

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Zambia: cuando el agua se convierte en frontera

Entre 2022 y 2024, la autora de esta reflexión, Emelie Y. Jimenez, trabajó en el norte de Zambia como voluntaria del Cuerpo de Paz. En la aldea de Chiombo, incluso en una región con recursos hídricos, los pozos se secaban durante semanas. Mujeres y niños caminaban kilómetros para conseguir agua. En las provincias del sur y del este, las sequías prolongadas arrasaron cultivos y ganado, forzando a miles a desplazarse hacia el norte o hacia Lusaka, la capital.

Pero el movimiento de personas no solo genera presión económica; también transforma el tejido cultural. A medida que las comunidades Tonga, Nyanja y Chewa se trasladan a zonas dominadas por los Bemba, sus lenguas, costumbres y redes sociales se diluyen. Es un desplazamiento dentro del desplazamiento: no solo geográfico, sino identitario.

Mientras tanto, la expansión urbana de Lusaka muestra las mismas grietas que las grandes ciudades globales. En veinte años, los asentamientos informales se triplicaron y el precio de una casa nueva equivale a 25 años de salario medio. La población se cuadruplicó, pero la infraestructura y la planificación urbana no siguieron el ritmo. El patrón se repite: una combinación de colapso rural, sobrepoblación urbana y desigualdad estructural.

Arizona: el espejismo del refugio climático

En el suroeste de Estados Unidos, el calor extremo y la escasez de agua empujan a miles de residentes de Phoenix hacia Flagstaff, una ciudad situada 1.500 metros más arriba. Lo que empezó como una escapada estacional se está convirtiendo en una migración interna de élites climáticas.

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Flagstaff, considerada un “refugio climático”, ve cómo los precios se disparan y las comunidades indígenas y obreras son desplazadas. El patrón es idéntico al de Miami o Lusaka: los que pueden pagar, compran seguridad; los que no, pierden su lugar. Y con cada movimiento, el poder político y económico cambia de manos, reorientando políticas públicas hacia los recién llegados, no hacia quienes sostienen la ciudad.

Esta redistribución silenciosa del privilegio no se mide en barcos ni en muros fronterizos, sino en hipotecas, subsidios y códigos postales. Es la otra cara del cambio climático: una que multiplica las desigualdades mientras se disfraza de progreso urbano.

La crisis que también te alcanzará

Puede que no te estés mudando ni huyendo de la sequía, pero la migración climática ya está afectando tu entorno. Cada nueva ola de desplazados presiona los sistemas de vivienda, salud y transporte. Las ciudades, al absorber población sin planificación, enfrentan rentas más altas, servicios saturados y mayor competencia por los recursos básicos.

Además, el fenómeno tiene implicaciones políticas profundas. A medida que las personas migran, también cambian los equilibrios electorales, los hábitos culturales y las prioridades locales. Cuando los sectores más ricos compran “zonas seguras”, tienden a reforzar políticas excluyentes que protegen su bienestar a costa del resto. Así, la crisis climática alimenta no solo el colapso ambiental, sino también la polarización social.

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