París reencuentra su lado salvaje: la antigua vía férrea convertida en corredor verde
La Petite Ceinture, un antiguo anillo ferroviario olvidado dentro del periférico parisino, ha renacido como un refugio natural de senderos.
Entre el rugido constante del Boulevard Périphérique y las fachadas de los arrondissements, un silencio verde se abre paso. La Petite Ceinture —la pequeña cintura ferroviaria que durante más de un siglo rodeó París— se ha transformado en una sucesión de bosques urbanos, huertos compartidos y granjas sostenibles. Donde antes circulaban trenes de mercancías y pasajeros, hoy crecen zarzamoras, viburnos y moras silvestres, y el canto de los pájaros sustituye al traqueteo metálico de los vagones.
Este anillo ferroviario de 32 kilómetros, construido en el siglo XIX para abastecer el último muro defensivo de la ciudad, cayó en desuso con la expansión del Metro. Cerrado definitivamente en los años ochenta, el trazado fue devorado por la maleza hasta que, en 2006, el Ayuntamiento de París y SNCF Réseau, la empresa estatal propietaria de la línea, iniciaron un ambicioso proyecto: reverdecerla y abrirla a los ciudadanos. Desde entonces, más de 7 kilómetros se han transformado en espacios públicos, y otros 2,5 se sumarán en 2026.
Un paseo cambiante por los arrondissements
Cada tramo de la Ceinture tiene su propia identidad. En el 12.º distrito, el ambiente es casi bucólico: senderos cuidados, árboles frondosos y vecinos que pasean o cultivan pequeñas parcelas junto a las vías. En el 19.º, la naturaleza convive con el pulso urbano; un antiguo andén alberga el club La Gare-Le Gore, donde el jazz experimental se funde con el techno hasta el amanecer.
Más al oeste, en el 15.º arrondissement, la Ceinture adopta un aire más cosmopolita. Entre grafitis y canchas de tenis se levanta Voie 15, un café-restaurante con espacios de coworking que atrae a jóvenes profesionales. Desde algunos puntos se asoma incluso la punta de la Torre Eiffel, como un guiño entre el pasado industrial y la postal parisina contemporánea.
En cambio, los tramos del 14.º y el 16.º distrito han sido dejados a su suerte, convertidos en auténticos santuarios de biodiversidad: más de 250 especies de plantas y animales prosperan entre los bancos cubiertos de musgo y los túneles donde hibernan colonias de murciélagos pipistrelle. Aquí, los zorros y los erizos han encontrado un raro refugio urbano.

El renacer de la vida comunitaria
La regeneración de la Petite Ceinture no se limita a la naturaleza. También ha florecido una red de iniciativas vecinales y sociales que aprovechan las antiguas estaciones y solares ferroviarios.
En el extremo norte, junto a Porte de Clignancourt, la REcyclerie se ha convertido en símbolo del nuevo espíritu parisino: una granja urbana y centro eco-cultural que combina restaurante, taller de reparación y mercado vintage. En su huerto de mil metros cuadrados, los voluntarios cuidan gallinas y cultivan hortalizas. “En un barrio tan denso y con tan pocos espacios verdes, dejar que la naturaleza recupere su lugar es esencial”, explica Marie-Eugénie Chanvillard, responsable del proyecto.
Al este, cerca del Canal de l’Ourcq, se levanta La Ferme du Rail, una granja social que acoge a estudiantes y personas en reinserción laboral. Sus bancales elevados producen verduras que se sirven en el restaurante Le Passage à Niveau, a apenas unos metros de las vías. El ciclo es perfecto: del suelo al plato sin salir del barrio.
Rewilding urbano: una nueva filosofía de ciudad
La transformación de la Ceinture forma parte de una tendencia más amplia: el rewilding urbano, la idea de devolver espacio a la naturaleza dentro de las ciudades. París, tradicionalmente orgullosa de sus jardines geométricos y bulevares pulidos, ha encontrado en este cinturón verde una versión más libre y espontánea de sí misma.
En verano, los árboles forman una bóveda que aísla del tráfico; en invierno, las ramas desnudas revelan la coexistencia entre autopista y santuario. “Es la otra cara de París, un lugar donde todavía puedes mancharte de barro”, escribía el periodista Hugh Tucker en The Guardian.

Más allá del romanticismo, la Ceinture es también un proyecto climático: los suelos reforestados absorben CO₂, los huertos mejoran la calidad del aire y los corredores verdes facilitan el movimiento de fauna urbana. Según datos del Ayuntamiento, cada kilómetro reabierto aumenta un 10% la conectividad ecológica entre los parques parisinos.
De la defensa militar al refugio natural
El contraste con su origen no podría ser mayor. A mediados del siglo XIX, la Muralla de Thiers protegía a la capital de posibles invasiones. Hoy, sobre ese mismo trazado, la ciudad busca defenderse de otro enemigo: la crisis climática.
Lo que fue frontera y símbolo de separación es ahora un cinturón de unión. La Ceinture conecta barrios, crea espacios de encuentro y transforma el modo en que los parisinos se relacionan con su entorno. Ya no se trata solo de pasear, sino de reaprender a convivir con lo salvaje.
Un nuevo pulmón para el siglo XXI
Cuando en 2026 se complete la siguiente fase del proyecto, París habrá recuperado más de un tercio de su antigua vía ferroviaria como zona verde continua. Cada tramo abierto al público es una invitación a redescubrir la ciudad a pie, desde la intimidad vegetal del 14.º hasta los cafés luminosos del 15.º.
La Petite Ceinture no es solo un parque lineal: es un manifiesto silencioso sobre cómo las ciudades pueden reconciliarse con la naturaleza sin renunciar a su identidad. Un laboratorio vivo de biodiversidad, comunidad y arte urbano que demuestra que el progreso no siempre significa construir más, sino dejar crecer lo que ya estaba ahí.
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