Plásticos, pesticidas y ‘forever chemicals’ del sistema alimentario cuestan 2,2 billones al año en salud

Alberto Noriega     18 diciembre 2025     5 min.
Plásticos, pesticidas y ‘forever chemicals’ del sistema alimentario cuestan 2,2 billones al año en salud

Un informe alerta de que químicos sintéticos en el sistema alimentario causan enfermedades y generan un coste sanitario anual de $2,2 billones.

Los químicos sintéticos que sostienen el sistema alimentario global están generando una crisis sanitaria de enormes proporciones. Un nuevo informe científico estima que la exposición a pesticidas, plásticos y sustancias conocidas como “químicos eternos” provoca un coste anual de 2,2 billones de dólares en salud. Los impactos incluyen cáncer, infertilidad y trastornos del desarrollo neurológico, además de daños ambientales generalizados. Los autores advierten de que el problema es comparable, por su magnitud, al cambio climático.

Una crisis química con impacto sanitario masivo

El informe, liderado por un equipo de la consultora Systemiq y respaldado por científicos de universidades como Universidad de Sussex y Duke University, lanza una advertencia contundente: el sistema alimentario moderno depende de sustancias químicas que están dañando la salud humana a gran escala. El análisis se centra en cuatro familias especialmente extendidas y bien estudiadas: ftalatos, bisfenoles, pesticidas y PFAS, conocidos como “químicos eternos”.

Solo el impacto sanitario asociado a estas sustancias alcanza hasta 2,2 billones de dólares al año, una cifra comparable a los beneficios combinados de las 100 mayores empresas cotizadas del mundo. Los costes incluyen tratamientos médicos, pérdida de productividad y discapacidad a largo plazo. A esta factura se suman 640.000 millones de dólares adicionales en daños ecológicos, derivados de la contaminación del agua, la pérdida de productividad agrícola y los costes de cumplir estándares de seguridad.

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Un sistema que enferma personas y ecosistemas

El informe destaca que la mayor parte del daño ambiental sigue sin contabilizarse económicamente. Aun así, incluso una estimación conservadora revela un sistema que externaliza masivamente sus costes reales. Los pesticidas degradan suelos y biodiversidad, los PFAS contaminan acuíferos durante generaciones y los plastificantes migran de envases y utensilios directamente a los alimentos.

Las consecuencias van más allá de la salud individual. El informe alerta de posibles impactos demográficos: si la exposición a disruptores endocrinos como bisfenoles y ftalatos continúa al ritmo actual, el mundo podría registrar entre 200 y 700 millones de nacimientos menos entre 2025 y 2100. No se trata solo de enfermedades: está en juego la estructura misma de las sociedades futuras.

Una explosión química sin precedentes históricos

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la producción química global se ha multiplicado por más de 200 veces. Hoy existen más de 350.000 sustancias químicas sintéticas en el mercado mundial. Sin embargo, a diferencia de los fármacos, la mayoría de estos compuestos no se somete a pruebas exhaustivas de seguridad antes de su comercialización, ni a un seguimiento sistemático de sus efectos a largo plazo.

Esta situación llevó a investigadores del Stockholm Resilience Centre a concluir, hace tres años, que la contaminación química ha superado un “límite planetario”, empujando al sistema Tierra fuera de las condiciones estables que permitieron el desarrollo de la civilización humana durante los últimos 10.000 años.

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Los cuatro pilares tóxicos del sistema alimentario

El informe se centra en estas cuatro familias químicas por una razón clara: son omnipresentes en la producción y distribución de alimentos.

  • Ftalatos y bisfenoles se usan como aditivos plásticos en envases, guantes y utensilios.

  • Pesticidas sostienen la agricultura industrial y los monocultivos.

  • PFAS se encuentran en papeles antigrasa, envases y también en suelos y aguas contaminadas.

Todas están vinculadas a cáncer, malformaciones congénitas, obesidad, diabetes y daño neurológico.

Una epidemia silenciosa de enfermedades no transmisibles

Philip Landrigan, pediatra y profesor de salud pública global en Boston College, describe el informe como “una llamada de atención”. Tras décadas de carrera, observa un cambio claro en los patrones de enfermedad infantil: “Las enfermedades infecciosas han disminuido drásticamente, pero las enfermedades no transmisibles se han disparado”. Trastornos del neurodesarrollo, problemas metabólicos y cánceres pediátricos muestran una tendencia ascendente preocupante.

Landrigan subraya que los químicos que dañan el cerebro en desarrollo son su mayor preocupación. La exposición temprana puede reducir la capacidad cognitiva y creativa de una persona a lo largo de toda su vida, con consecuencias sociales y económicas profundas.
Estamos comprometiendo el potencial humano antes incluso de que los niños nazcan”, advierte.

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Disruptores endocrinos: una amenaza transversal

La segunda gran alarma son los disruptores endocrinos, sustancias que interfieren con el sistema hormonal. El bisfenol es uno de los ejemplos más estudiados: se infiltra en el organismo a cualquier edad y se asocia a alteraciones hepáticas, aumento del colesterol, obesidad, diabetes y mayor riesgo cardiovascular. Su presencia constante en envases y utensilios cotidianos convierte la exposición en prácticamente inevitable.

Solo la punta del iceberg químico

Paradójicamente, los químicos analizados representan solo una fracción mínima del problema. “Estamos hablando de quizá 20 o 30 sustancias bien estudiadas”, señala Landrigan. “Lo realmente aterrador son los miles de químicos a los que estamos expuestos cada día y sobre los que no sabemos casi nada”.

El patrón histórico es inquietante: muchos compuestos solo se regulan después de causar daños evidentes. Mientras tanto, gobiernos y sistemas sanitarios asumen el coste, no las empresas que los producen o utilizan.

El informe critica duramente la falta de un enfoque preventivo en la regulación química global. Sin pruebas previas rigurosas ni mecanismos de retirada rápida, el sistema permite que sustancias potencialmente peligrosas se integren en la cadena alimentaria durante décadas. La factura no aparece en el precio de los alimentos, pero sí en los hospitales, los ecosistemas y las estadísticas demográficas.

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