Por qué el aceite de oliva es uno de los alimentos más sostenibles de Europa
La producción sostenible de aceite de oliva reduce emisiones, cuida el suelo y aprovecha subproductos sin perder calidad ni rentabilidad.
La producción sostenible de aceite de oliva aborda todo el ciclo de vida del producto —desde el cultivo del olivo hasta la molienda y el envasado— para reducir su impacto ambiental, reforzar la economía rural y mantener la calidad que lo ha convertido en un pilar de la dieta mediterránea. En un contexto de consumo global creciente, este modelo ya es una realidad en los principales países productores.
Un cultivo milenario ante el reto climático
El aceite de oliva es uno de los productos agrícolas más ligados al territorio mediterráneo. Según el Consejo Oleícola Internacional, en la campaña 2023-2024 se comercializaron más de 3 millones de toneladas a nivel mundial, consolidando su papel como alimento clave en una transición hacia sistemas alimentarios más sostenibles.
España lidera la producción global con 665.000 toneladas, seguida de Grecia, Italia y Turquía. En estos países, la sostenibilidad ya no es una opción marginal, sino un eje estratégico del sector. El enfoque sostenible implica entender el aceite como una cadena de valor completa, donde cada etapa influye en la huella ambiental final.
Del cuidado del suelo a la eficiencia hídrica
El ciclo comienza en el olivar. La gestión sostenible prioriza la protección del suelo, el uso de cubiertas vegetales para reducir la erosión y la mejora de la biodiversidad. A diferencia de otros cultivos intensivos, el olivo destaca por su resiliencia frente a la sequía y su bajo requerimiento de insumos químicos.
Además, el olivar actúa como sumidero de carbono. Por cada kilo de carbono generado en la producción de aceite, el árbol puede fijar hasta 11 kilos de CO₂ atmosférico, contribuyendo a mitigar el cambio climático.
La almazara: eficiencia y procesos limpios
Tras la recolección en su punto óptimo de maduración, las aceitunas se trasladan rápidamente a la almazara para evitar oxidaciones. Allí, el aceite se obtiene mediante procesos mecánicos, sin disolventes químicos, lo que lo diferencia de otros aceites vegetales.
La sostenibilidad en esta fase se apoya en el uso de energías renovables, la reducción del consumo energético y la optimización del agua empleada en el proceso. El resultado es un producto de alta calidad con un impacto ambiental controlado.
Economía circular: un residuo que no existe
Uno de los grandes valores del aceite de oliva es su integración natural en la economía circular. La industria no genera residuos, sino subproductos. El alperujo, el hueso de aceituna o las aguas vegetales se reutilizan en ganadería, fertilización o producción energética, cerrando el ciclo productivo.
Según la Interprofesional del Aceite de Oliva Español, cerca de una cuarta parte del olivar español cuenta ya con algún tipo de certificación de sostenibilidad, como agricultura ecológica.
Impacto social y territorial
La sostenibilidad del aceite de oliva no es solo ambiental. Es también social y económica. El cultivo del olivo fija población en zonas rurales, genera empleo estable y preserva paisajes culturales únicos. En regiones de montaña o secano, el olivar es muchas veces la principal actividad económica.
No obstante, el equilibrio no es sencillo. La introducción de prácticas sostenibles debe ser compatible con la rentabilidad, especialmente en explotaciones menos productivas. “Demasiadas limitaciones pueden poner en riesgo los olivares menos rentables”, advierten desde el sector.
Dónde puede mejorar el modelo
A pesar de sus fortalezas, el sector sigue evolucionando. Entre las principales áreas de mejora destacan:
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Riego de precisión y reaprovechamiento del agua.
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Agricultura regenerativa y reducción de la labranza.
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Mayor integración de energías renovables en almazaras.
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Envases sostenibles, reciclables y con menor huella de carbono.
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Mejora de la trazabilidad para reforzar la transparencia ante el consumidor.
Un alimento del pasado con lógica de futuro
El aceite de oliva demuestra que tradición e innovación no son opuestas. Su modelo productivo, basado en árboles longevos, procesos mecánicos y aprovechamiento total de subproductos, encaja con los principios de la sostenibilidad moderna mucho antes de que el término se popularizara.
En un contexto de crisis climática y presión sobre los sistemas alimentarios, el olivar ofrece una lección clave: producir alimentos de alta calidad puede ser compatible con cuidar el suelo, capturar carbono y sostener comunidades rurales.
El reto ahora no es inventar un modelo nuevo, sino perfeccionar el existente, afinar procesos y extender las mejores prácticas a todo el sector. El consumidor, cada vez más consciente, ya valora no solo el sabor, sino también cómo y dónde se produce lo que consume.
El aceite de oliva sostenible no es una promesa futura: es una realidad en marcha que muestra cómo la agroindustria puede ser parte de la solución climática, y no solo del problema.
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