La quema de fósiles amenaza la salud de 1.600 millones de personas, según un nuevo mapa global

Alberto Noriega     29 septiembre 2025     4 min.
La quema de fósiles amenaza la salud de 1.600 millones de personas, según un nuevo mapa global

Un mapa de Climate Trace muestra que la quema de combustibles fósiles expone a 1.600 millones de personas a contaminación tóxica del aire.

La contaminación del aire procedente de la quema de combustibles fósiles amenaza directamente la salud de 1.600 millones de personas, según un nuevo mapa interactivo de Climate Trace. La herramienta, desarrollada por científicos y analistas, revela que unos 900 millones de habitantes viven junto a “superemisores” industriales, entre ellos centrales eléctricas, refinerías y puertos que generan niveles extremos de partículas tóxicas PM2.5. Las ciudades más afectadas incluyen Karachi, Guangzhou, Seúl y Nueva York, donde esta semana se celebra la Asamblea General de la ONU. El hallazgo se enmarca en un clima político adverso: mientras líderes mundiales piden acción urgente, el presidente estadounidense Donald Trump calificó la ciencia climática de “engaño”, generando una oleada de críticas.

Una amenaza invisible y global

El mapa de Climate Trace, organización cofundada por Al Gore, conecta dos crisis estrechamente ligadas: el cambio climático y la salud pública. Mientras el CO₂ contribuye al calentamiento global, la quema de carbón y petróleo emite partículas finas PM2.5, capaces de penetrar en los pulmones y el torrente sanguíneo. Estas partículas provocan enfermedades cardiovasculares, cáncer de pulmón y problemas respiratorios crónicos.

Los datos son demoledores: la contaminación derivada de fósiles causa 8,7 millones de muertes prematuras cada año. Al Gore lo resumió con crudeza: “Las instalaciones que queman fósiles usan el cielo como un alcantarillado abierto. La polución cae sobre barrios enteros y está matando a millones de personas”.

El nuevo mapa permite observar en tiempo real las plumas de contaminación detectadas por satélites en más de 2.500 áreas urbanas. Esta visualización no solo aporta evidencia científica, sino que convierte el riesgo en algo tangible para las comunidades afectadas, muchas de ellas sin capacidad de exigir regulaciones más estrictas.

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Superemisores en el punto de mira

El análisis identifica cerca de 900 millones de personas expuestas a superemisores, instalaciones industriales con impactos desproporcionados en la calidad del aire. Refinerías, plantas de carbón, complejos mineros y grandes puertos son responsables de concentraciones letales de contaminantes.

Diez áreas urbanas destacan como epicentros del problema. Entre ellas figuran Karachi (Pakistán), donde el crecimiento urbano convive con centrales de carbón sin filtros modernos; Guangzhou (China), epicentro manufacturero mundial; Seúl (Corea del Sur), afectada por refinerías y tránsito marítimo; y Nueva York (EE. UU.), donde las emisiones industriales y portuarias agravan la exposición de millones de habitantes.

La evidencia llega en un momento crítico: la ONU discute medidas globales de descarbonización, mientras algunos gobiernos, como el de EE. UU. bajo Donald Trump, retroceden en políticas climáticas. La contradicción entre ciencia y política subraya la dificultad de actuar con la urgencia necesaria.

Entre política y salud pública

El informe de Climate Trace también tiene un trasfondo geopolítico. En la Asamblea General de la ONU, Donald Trump volvió a negar la validez de la ciencia climática, calificándola de “con job” (engaño). Sus palabras fueron refutadas de inmediato por la comunidad científica, que insiste en la urgencia de actuar.

Paradójicamente, la propia administración estadounidense ha admitido que la contaminación es un problema crítico. Ed Russo, asesor ambiental de Trump, reconoció en la cumbre climática de Río de Janeiro que es vital “detener la polución en su origen”. Sin embargo, no ofreció medidas concretas, mientras se desmantelan programas federales de aire limpio y agua potable.

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Esta ambivalencia política genera alarma en las ONG ambientales, que denuncian un retroceso en las protecciones regulatorias al tiempo que se acumulan evidencias de los daños para la salud. La incoherencia gubernamental se convierte así en un obstáculo más en la lucha contra la contaminación fósil.

Un llamado urgente desde la ciencia

El lanzamiento del mapa interactivo es más que un ejercicio de transparencia: es una herramienta de presión política y social. Al revelar con precisión qué comunidades están más expuestas, se ofrece a la ciudadanía una base sólida para exigir responsabilidad a gobiernos y empresas.

La urgencia es clara: sin una transición rápida hacia energías limpias, cientos de millones de personas seguirán inhalando aire tóxico cada día. La contaminación no entiende de fronteras, y las partículas emitidas en una central de carbón en Asia pueden recorrer miles de kilómetros hasta asentarse en otras regiones.

El Día Mundial del Turismo nos recordaba hace unos días el poder de los viajes para conectar culturas. El informe de Climate Trace recuerda otra conexión aún más brutal: la del humo fósil que une a Karachi, Guangzhou, Seúl y Nueva York en una misma nube de enfermedad y vulnerabilidad.

Lo que está en juego ya no es solo el clima futuro, sino la salud inmediata de 1.600 millones de personas en el presente. Cada retraso en la acción climática es una condena silenciosa que respira el mundo entero.

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