Recursos no renovables: cómo el progreso depende de lo que la Tierra ya no puede reponer

Alberto Noriega     28 octubre 2025     6 min.
Recursos no renovables: cómo el progreso depende de lo que la Tierra ya no puede reponer

Los recursos no renovables, como el petróleo, el gas, el carbón o el uranio, son finitos y se regeneran demasiado lentamente para compensar su explotación.

Mucho antes de que existieran refinerías o pozos petrolíferos, el ser humano ya utilizaba los recursos de la Tierra. Una antigua tablilla de arcilla de hace más de 4.000 años narra cómo el legendario Sargón de Acad, primer rey del imperio acadio, fue depositado de bebé en una cesta sellada con betún, una de las primeras formas de petróleo. Este episodio constituye la primera referencia escrita al uso del petróleo por parte de los humanos.

Ya en el Neolítico, el petróleo natural era empleado como impermeabilizante, y hay evidencias de que incluso los neandertales lo utilizaban para reparar herramientas. Sin embargo, el consumo de aquellas sociedades era insignificante comparado con el actual. Hoy, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el mundo quema más de 104 millones de barriles de crudo al día, una cifra que revela hasta qué punto nuestra civilización se sostiene sobre recursos que la naturaleza no puede regenerar a ese ritmo.

Qué son los recursos no renovables

Los recursos naturales son todas aquellas sustancias presentes en la naturaleza que los seres humanos empleamos para satisfacer nuestras necesidades: desde la madera de los bosques hasta el viento o el sol que impulsan las energías renovables. Sin embargo, no todos los recursos tienen el mismo comportamiento a lo largo del tiempo.

La Sociedad Geológica de Reino Unido define los recursos no renovables como aquellos que no pueden reemplazarse con facilidad en escalas de tiempo humanas, y cuya explotación supera su ritmo natural de formación. En otras palabras, se trata de reservas finitas. Cuando se agotan, desaparecen para siempre a efectos prácticos.

Por el contrario, los recursos renovables son aquellos que pueden regenerarse naturalmente —como el agua, la biomasa o la energía solar— siempre que su uso no sobrepase la capacidad del ecosistema para reponerlos. Pero incluso los renovables pueden dejar de ser sostenibles si se gestionan de forma irresponsable.

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El desafío contemporáneo consiste, según José Manuel Torralba, subdirector del Instituto IMDEA Materiales, en “usar de manera razonable todos los recursos, planificando el crecimiento del consumo con un análisis real de las reservas”, para no comprometer la sostenibilidad del sistema.

Tres pilares de una dependencia global

Aunque existen muchos tipos de recursos no renovables, la humanidad depende especialmente de tres grandes grupos: combustibles fósiles, combustibles nucleares y minerales.

Combustibles fósiles

Formados durante millones de años por la transformación de materia orgánica bajo presión y temperatura, los combustibles fósiles —petróleo, gas natural y carbón— han sido la principal fuente de energía del desarrollo industrial. Más del 80 % de la energía primaria mundial procede de ellos, según el Banco Mundial.

Sin embargo, esta dependencia tiene un coste elevado: los combustibles fósiles son la principal fuente de gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático y del deterioro ambiental global. Su quema masiva está alterando los sistemas climáticos de la Tierra, al tiempo que sus reservas se reducen a un ritmo imparable.

Energía nuclear

La atención mundial ha vuelto a centrarse en la energía nuclear como una posible vía para la descarbonización. En la actualidad, el 10 % de la electricidad global proviene de centrales nucleares que utilizan uranio, un metal finito extraído de la corteza terrestre. Aunque las reservas son limitadas, su poder energético es enorme: una pequeña cantidad de uranio puede generar la misma energía que toneladas de carbón o petróleo.

Aun así, como recuerda Miguel Ángel Rodiel, director de proyectos del IMDEA Materiales, las centrales actuales aprovechan solo una fracción del potencial energético del combustible nuclear. Por eso, insiste en que “la posibilidad de renovar los combustibles nucleares depende de la ciencia y, tarde o temprano, se resolverá. La energía nuclear es fundamental para la descarbonización, al menos hasta que las renovables estén plenamente desarrolladas”.

Recursos minerales

Los minerales son la base material de la civilización moderna. Desde los metales que componen nuestros teléfonos y ordenadores hasta los utensilios domésticos o los vehículos eléctricos, casi todo lo que usamos contiene cobre, hierro, litio, aluminio o tierras raras.

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Aunque sus reservas son finitas, presentan una ventaja significativa: pueden reciclarse. La mayoría de los metales puede reutilizarse sin perder calidad, lo que los convierte en un pilar de la economía circular. Torralba aboga por una “metalurgia sostenible”, basada en nuevas formas de extracción, el aprovechamiento de la basura electrónica y el uso de la inteligencia artificial para diseñar aleaciones más eficientes y reciclables.

Entre la abundancia y el agotamiento

La clasificación entre recursos renovables y no renovables parece clara, pero en la práctica depende del uso que les demos. El agua, por ejemplo, es renovable mientras no se contamine ni se extraiga a un ritmo superior al de su recarga natural. Lo mismo ocurre con la madera, que puede ser una fuente infinita si los bosques se gestionan de forma sostenible.

Como subraya Rodiel, “aunque un recurso sea renovable, debemos gestionarlo bien para que su explotación sea sostenible desde un punto de vista ambiental, económico y social. Ser renovable no significa ser sostenible”.

Esa distinción, crucial, define el dilema de nuestro tiempo: la humanidad continúa consumiendo más rápido de lo que la Tierra puede reponer, impulsada por un modelo económico basado en el crecimiento perpetuo. El resultado es un planeta cada vez más desequilibrado, donde la explotación de recursos finitos amenaza con socavar los propios cimientos del desarrollo.

El futuro de la escasez

En la era de la transición energética, los recursos no renovables siguen siendo el esqueleto invisible de la civilización moderna. Su legado es ambivalente: nos han dado progreso, tecnología y bienestar, pero también nos han llevado al borde del colapso ecológico.

El reto del siglo XXI no consiste solo en sustituirlos, sino en repensar nuestra relación con ellos. Apostar por la eficiencia, la innovación y la reutilización no es una opción técnica, sino una necesidad ética y existencial.

La tabla de Sargón, escrita hace milenios, es testimonio de un momento remoto en que la humanidad comenzaba a usar el petróleo sin imaginar su poder. Cuatro mil años después, esa misma sustancia define nuestro destino. Y quizá, entender su historia sea el primer paso para escribir un final distinto.

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