Un refill a la vez: la revolución sin plástico de Greenpeace en Filipinas
Alberto Noriega
3 julio 2025
5 min.
Greenpeace lanza «Kuha sa Tingi» en Filipinas para reducir el uso de sachets. El plástico de un solo uso se vincula con enfermedades cardíacas y pobreza.
En Filipinas, Greenpeace ha lanzado un proyecto para reducir la dependencia de los envases plásticos de un solo uso, conocidos como sachets. La iniciativa, llamada “Kuha sa Tingi”, comenzó en 2023 y ha demostrado que una economía basada en recargas es posible y rentable. Este esfuerzo llega en un contexto alarmante: más de 110.000 muertes en Asia-Pacífico se relacionan con químicos presentes en los plásticos alimentarios, según un nuevo estudio. Mientras tanto, las comunidades más pobres siguen atrapadas en un modelo económico que vende conveniencia pero entrega enfermedad, residuos y vulnerabilidad climática.
El lado tóxico de la conveniencia
Los ftalatos, compuestos químicos que hacen que los plásticos sean más flexibles y duraderos, están relacionados con un aumento del riesgo de enfermedades cardíacas. Un estudio publicado en abril atribuye más de 110.000 muertes en la región Asia-Pacífico a la exposición a estos químicos, especialmente presentes en envases alimentarios de un solo uso como los sachets. En Filipinas, las enfermedades cardíacas son la principal causa de muerte desde 1980, y solo en 2024 causaron más del 20 % de los fallecimientos registrados. Para Marian Frances Ledesma, de Greenpeace, estos datos son una llamada urgente: “La prevalencia del plástico y las enfermedades cardíacas deberían ser suficientes para reducir su uso ya”.
Este modelo tóxico de consumo es además profundamente desigual. En un país donde más del 15 % de la población vive bajo el umbral de la pobreza, los sachets son la única opción económica viable para millones de personas. Un café, una pasta de dientes, un champú, todo viene en sobres diminutos vendidos en tiendas comunitarias llamadas sari-sari. Esta dependencia ha sido construida por grandes compañías de bienes de consumo rápido (FMCG), que han adaptado el modelo de negocio a la necesidad de compra “por unidad”. Pero lo que se presenta como comodidad es, en realidad, una trampa de residuos y dependencia.
Envenenados por el sachet
Filipinos usan unos 164 millones de sachets al día, según un informe de GAIA. Estas pequeñas bolsas están hechas de capas de plásticos y aluminio, lo que las hace imposibles de reciclar. Como resultado, contaminan ríos, océanos, suelos y terminan en comunidades propensas a inundaciones, donde obstruyen desagües y agravan el riesgo de desastre durante la temporada de tifones. El informe advierte que los sachets representan el 52 % de los residuos plásticos no recuperables, impactando tanto en la salud como en los medios de vida locales, especialmente en sectores como la pesca y el turismo.
La dimensión del problema es también cultural. “Sachet pollution is both psychological and physical”, señala GAIA. Antes, comprar en pequeñas cantidades era sinónimo de reutilización. Hoy, es sinónimo de desecho. La dependencia ha sido normalizada al punto de que la idea de llevar tu propio recipiente ha desaparecido. Pero esa cultura del tingi, de comprar solo lo necesario, es también la base de la solución que propone Greenpeace: recuperar esa práctica, pero de forma sostenible y moderna.
Reutilizar es resistir
En 2023, Greenpeace lanzó “Kuha sa Tingi”, un proyecto que instala estaciones de recarga en tiendas sari-sari de Quezon City y San Juan. El objetivo: reemplazar el sachet por envases reutilizables. La propuesta es simple: los consumidores traen sus propios frascos, y las tiendas los llenan según cantidad y demanda, recuperando una práctica antigua bajo un modelo actual y económico. La clave está en que la sostenibilidad también puede ser asequible. Según el informe de Greenpeace, los consumidores ahorraron un 201 % al recargar frente a comprar sachets, y los negocios ganaron un 15 % adicional gracias a las estaciones de recarga.
“Kuha sa Tingi me ayudó mucho. Aumentó mis ingresos y además el barrio está más limpio”, comenta Menchie Paule, una de las comerciantes participantes. La limpieza no es un efecto secundario, sino una consecuencia directa: menos sachets significa menos residuos visibles. Al cierre del piloto, se habían evitado más de 47.000 sachets, y los tenderos comenzaron a ajustar su oferta según la rentabilidad y la demanda real, sin necesidad de generar más residuos.
Del piloto a la política pública
Greenpeace no planea quedarse en estos barrios: su meta es expandir “Kuha sa Tingi” por toda Manila y más allá, con el apoyo de gobiernos locales y actores sociales. En palabras de Joy Belmonte, alcaldesa de Quezon City, el modelo es “inclusivo, accesible y replicable”. Pero el impacto va más allá del ahorro o el reciclaje: es un cambio de mentalidad, un retorno a la lógica del cuidado colectivo y el consumo responsable. Greenpeace también exige a las empresas FMCG eliminar progresivamente los sachets y adoptar envases sostenibles. Sin presión empresarial ni regulación estatal, estos avances seguirán siendo anecdóticos frente a una crisis sistémica.
Hoy, la urgencia es múltiple: sanitaria, ambiental y social. En Filipinas, donde el plástico mata de forma invisible por enfermedades y desastres, las soluciones deben abordar tanto la raíz del problema como sus efectos secundarios. La historia de “Kuha sa Tingi” demuestra que la sostenibilidad no es un lujo, sino una necesidad comunitaria y económica. Y que en la resistencia cotidiana de los barrios, hay una esperanza real de cambiar el futuro del plástico.