SpaceX amenaza aguas sagradas de Hawaii

Los planes de SpaceX para lanzar cohetes sobre Hawaii podrían amenazar aguas protegidas y sitios sagrados. ¿Quién protege al océano?
SpaceX, la empresa de Elon Musk, ha recibido luz verde para lanzar hasta 25 cohetes Starship al año, permitiendo que sus restos caigan sobre el océano Pacífico cerca de Hawaii. La autorización, otorgada por la FAA en mayo de 2025, amplía de forma drástica la zona de impacto, afectando aguas protegidas como Mokumanamana y el santuario marino Papahānaumokuākea, patrimonio de la humanidad. Mientras Musk defiende la expansión como un paso necesario para colonizar Marte, científicos, comunidades indígenas y organizaciones medioambientales temen un daño irreversible a la biodiversidad y al legado cultural hawaiano.
Impacto inmediato en especies
Según la National Marine Fisheries Service, la caída de fragmentos de cohetes y los derrames de materiales tóxicos podrían afectar gravemente a tortugas marinas, ballenas, focas, tiburones, peces y corales, muchos de ellos en peligro de extinción. Las explosiones podrían provocar daños por impacto, contaminación del agua y perturbaciones acústicas como los sonic booms, que alteran rutas migratorias y ciclos reproductivos. Todo esto ocurriría en una de las zonas más biodiversas del planeta, donde coexisten más de 7.000 especies marinas en el santuario Papahānaumokuākea, considerado la mayor área marina protegida de la Tierra.
Los documentos federales revisados por The Guardian muestran cómo SpaceX, en sus lanzamientos anteriores en Texas, ya ha provocado incendios, destrucción de vegetación, muerte de aves protegidas y dispersión de escombros sobre áreas naturales. En uno de los primeros vuelos, el cohete destrozó su propia plataforma de lanzamiento, dispersando concreto a kilómetros de distancia, mientras que en otro, los restos dañaron nidos de aves como el pelícano pardo y el estilt de cuello negro. A pesar de estos antecedentes, la FAA concluyó que el impacto ecológico de los lanzamientos sería “raro” y por tanto “insignificante”, permitiendo avanzar el plan sin requerir estudios adicionales más rigurosos.
Deficiencias en la evaluación ambiental
La aprobación ambiental del proyecto de SpaceX se sostiene sobre una evaluación de 90 páginas redactada en su mayoría por empleados y consultores contratados por la propia compañía, entre ellos la firma SWCA. Solo cuatro empleados de la FAA figuraban como evaluadores independientes, lo que ha despertado serias dudas sobre la imparcialidad del proceso. Además, el informe biológico sobre el impacto en especies en peligro fue elaborado por ManTech, un contratista de defensa también contratado por SpaceX, sin participación directa de científicos del gobierno o comunidades locales.
Organizaciones como la Surfrider Foundation critican que la evaluación omite analizar los efectos acumulativos del vertido de metales pesados, plásticos y combustibles sin quemar sobre la calidad del agua y los ecosistemas marinos. Tampoco contempla seriamente los escenarios más probables: que los restos del cohete impacten directamente sobre áreas sensibles o se hundan con el tiempo, contaminando el lecho marino. La crítica más grave, sin embargo, apunta a que la FAA evitó realizar una Declaración de Impacto Ambiental (EIS), una revisión mucho más exhaustiva exigida por la Ley Nacional de Política Ambiental (NEPA). Esta omisión ha sido el núcleo de una demanda presentada por una coalición de organizaciones ambientales.
Choque cultural y espiritual
Para los pueblos nativos hawaianos, Mokumanamana es un territorio sagrado, un eje espiritual donde confluyen el mundo de los vivos y el de los ancestros. Según la cosmovisión local, las almas viajan tras la muerte hacia el noroeste, hasta esta isla, donde son recibidas por los antepasados. Este lugar, que alberga la mayor densidad de sitios religiosos antiguos de Hawaii, simboliza el paso entre la luz y la oscuridad, y no ha sido habitado por humanos, precisamente por su carga sagrada.
El uso de esta zona como campo de pruebas para explosiones espaciales ha sido percibido como una profanación. Líderes como William Aila, exdirector del consejo de Papahānaumokuākea, han denunciado que el proceso carece de consultas con las comunidades nativas y que la evaluación del riesgo se ha hecho sin sensibilidad cultural ni científica. Por su parte, jóvenes como Kau‘inohea Wawae‘iole insisten en que no se trata de oponerse al progreso o la ciencia, sino de recordar que el vínculo con el océano no es utilitario sino espiritual. “Tenemos una conexión muy profunda con este lugar”, explica. “No es vacío, es un tejido de vida”.
El antropólogo Kyle Kajihiro sostiene que la visión colonial del Pacífico como un “espacio vacío” permite decisiones como esta. “La percepción de lejanía y pequeñez convierte a Hawaii y sus islas vecinas en zonas sacrificables”, dice. Aunque la FAA ajustó algunas zonas de caída tras recibir miles de comentarios en contra, un solo fallo podría llevar fragmentos del cohete a impactar directamente sobre zonas sagradas como Mokumanamana.
Presiones políticas y recortes
Apenas tres días después del cierre del periodo de alegaciones, Donald Trump fue investido nuevamente como presidente. Uno de sus primeros actos fue firmar una orden ejecutiva que creó el llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), colocando a Elon Musk al frente de facto de las agencias federales con poder regulador sobre sus empresas. Ese mismo día, dimitió el director de la FAA y comenzaron despidos masivos en NOAA y en el Servicio de Pesca y Vida Silvestre, precisamente las agencias encargadas de proteger la biodiversidad de Papahānaumokuākea.
Musk ha sido históricamente crítico con la FAA. Tras recibir una multa por violar protocolos de seguridad en 2024, respondió en su red social X que la agencia debía ser reformada radicalmente o “la humanidad estaría condenada a quedarse en la Tierra”. Trump, por su parte, ha firmado órdenes que abren otras áreas del Pacífico a la minería submarina y la pesca comercial, debilitando la protección de ecosistemas enteros. Mientras tanto, SpaceX ha recibido más de 16.000 millones de dólares en contratos públicos, principalmente de la NASA y el Departamento de Defensa.
El mar no es vacío
El discurso de Musk, que presenta la expansión espacial como un mandato existencial, choca frontalmente con la visión indígena del mar como un lugar sagrado, no desechable. En octubre de 2024, bromeó durante un mitin que “si un Starship le cae a una ballena, es como… honestamente, esa ballena lo tenía coming”. Más allá de la frase provocadora, el comentario ilustra una filosofía de exploración sin freno, sin límites, sin respeto por lo que se destruye en el camino.
Frente a esa visión tecnonarcisista, la resistencia local plantea una pregunta urgente: ¿vale sacrificar los océanos, sus especies y su historia para colonizar otro planeta? La exploración no debe ser excusa para la destrucción. El océano no es una pista de pruebas ni una zona de sacrificio. Es un archivo vivo de culturas, de vida interconectada, de saberes ancestrales.En tiempos en los que se habla de hacer la humanidad multiplanetaria, tal vez lo más revolucionario sea recordar que este planeta aún no lo hemos cuidado como se merece.
Comentarios cerrados