Un tsunami de hace 115 millones de años revive en una gota de ámbar encontrado en Japón

Alberto Noriega     19 mayo 2025     5 min.
Un tsunami de hace 115 millones de años revive en una gota de ámbar encontrado en Japón

Ámbar hallado en Japón revela huellas de un tsunami de hace 115 millones de años, uno de los registros más antiguos jamás descubiertos.

Un equipo de geólogos ha descubierto en la isla de Hokkaido, Japón, un tipo de ámbar deformado de forma única que podría registrar un antiguo tsunami ocurrido hace 115 millones de años. El hallazgo se hizo en la cantera de Shimonakagawa, en sedimentos de aguas profundas que datan del Cretácico Temprano. Las estructuras del ámbar sugieren que la resina fue arrastrada rápidamente desde tierra firme al mar sin llegar a solidificarse. Este descubrimiento representa uno de los registros geológicos más antiguos de actividad tsunámica jamás identificados.

El fósil que vino con la ola

En Hokkaido, al norte de Japón, un fragmento de ámbar podría contener el rastro de un tsunami de hace 115 millones de años. Lejos de los dinosaurios fosilizados o huellas petrificadas, esta evidencia es microscópica, y sin embargo podría cambiar la forma en que entendemos los cataclismos del pasado.

Este ámbar, hallado en sedimentos marinos profundos, no es como los que conocemos del Báltico o República Dominicana. Presenta «estructuras de llama»: ondulaciones en su forma que se producen solo cuando materiales blandos son cubiertos por capas más densas antes de endurecerse. La explicación más plausible es que la resina fue arrastrada al mar por una fuerza violenta —un tsunami— y sepultada rápidamente bajo sedimentos oceánicos.

La huella del transporte catastrófico

La resina de los árboles suele solidificarse en contacto con el aire en menos de una semana. Pero para que las estructuras de llama pudieran formarse, la resina debía estar fresca, blanda, y llegar al fondo marino sin haber tocado el aire ni haber endurecido. Esa combinación solo puede lograrse si el transporte fue repentino, masivo y continuo, como el que provocaría una ola gigante.

En los mismos estratos donde apareció el ámbar se encontraron troncos de más de un metro, fragmentos de barro de gran tamaño y clastos deformados—todo arrastrado desde el interior terrestre. Esta asociación sedimentaria apunta claramente a un evento violento y puntual, descartando inundaciones o corrientes normales.

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El ámbar como testigo geológico

La mayoría de las pruebas de tsunamis en el registro geológico se borran con el tiempo o se confunden con tormentas marinas. Este hallazgo aporta una nueva herramienta: estudiar deformaciones físicas en materiales orgánicos atrapados en sedimentos profundos.

El ámbar, al formarse a partir de resina arbórea, es un excelente material para conservar tanto microfósiles como condiciones físicas del entorno en el que se depositó. Este tipo de ámbar japonés, del Cretácico Temprano, es además inusualmente bien conservado, permitiendo observar detalles a nivel microscópico mediante técnicas como la fluorescencia de rayos X.

Gracias a estos métodos, los investigadores detectaron las ondulaciones internas del ámbar fusionadas con la arenisca, una señal directa de que se depositó bajo una carga súbita. Este mecanismo puede replicarse en otros yacimientos del mundo, lo que abre nuevas puertas para detectar catástrofes del pasado profundo con precisión sin precedentes.

Comparaciones con otros eventos masivos

Este descubrimiento se suma a otros pocos ejemplos de tsunamis cretácicos bien documentados, como el tsunami global desencadenado por el impacto del asteroide Chicxulub hace 66 millones de años. Ese evento produjo olas de más de un kilómetro de altura y movió sedimentos a miles de kilómetros del punto de impacto.

A diferencia de Chicxulub, el evento de Hokkaido no parece haber sido causado por un asteroide, sino por actividad sísmica regional. Eso lo hace aún más valioso para los geólogos, ya que indica que la tectónica activa del Japón moderno ya mostraba señales violentas durante el Mesozoico. Es una pista sobre la evolución de los cinturones sísmicos en el Pacífico.

De bosques de dinosaurios al fondo marino

Hace 115 millones de años, la actual isla de Hokkaido estaba cubierta por bosques húmedos de coníferas y helechos gigantes, habitados por reptiles prehistóricos y poblaciones de insectos atrapadas hoy en las capas del ámbar. Un tsunami repentino habría devastado ese ecosistema costero, arrastrando árboles, barro y resina hasta el fondo del océano.

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Los sedimentos marinos en los que se encontraron los fragmentos muestran un patrón de depositación rápida y de alta energía: capas gruesas, materiales mixtos, y estructuras de deformación interna que solo pueden explicarse por una ola masiva. Gracias a esto, los científicos no solo reconstruyen la ola, sino también la geografía desaparecida del litoral cretácico japonés.

Del ornamento al archivo geológico

El ámbar japonés ha sido utilizado históricamente para joyería y decoración, pero ahora se revela también como una cápsula del tiempo geológico. Frente al más popular ámbar báltico (de hace 45 millones de años), el de Hokkaido es mucho más antiguo y raro. Y ahora, además, puede convertirse en una herramienta clave para estudiar eventos extremos en el registro de la Tierra primitiva.

Este hallazgo demuestra que los objetos más pequeños pueden contener las historias más grandes: en una gota endurecida de resina, ha quedado atrapada la furia de un océano que devoró un bosque hace más de cien millones de años.

Tsunamis en cámara lenta

Este estudio en Japón es una prueba de cómo la geología moderna actúa como detective de lo imposible. Donde no hay imágenes ni testigos, quedan las piedras, las formas y las deformaciones. Y ahora, también, el ámbar.

La ciencia avanza conectando piezas improbables: una grieta, una ondulación, una capa de sedimento, una burbuja en resina. A través de estos detalles se reconstruyen catástrofes que moldearon continentes, extinguieron especies y reconfiguraron océanos. Identificar un tsunami de hace 115 millones de años no solo es una proeza técnica, sino una lección sobre la paciencia y el ingenio humano.

El futuro de la paleogeología puede pasar por métodos así de sutiles: buscar deformaciones orgánicas en materiales transparentes, como si el planeta escribiera sus tragedias en notas microscópicas. En el ámbar de Hokkaido, lo ha hecho. Y ahora, millones de años después, por fin empezamos a leerlas.

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