El alcohol cae a mínimos de 90 años en EE.UU.

El consumo de alcohol en EE.UU. cae a su nivel más bajo desde 1934, impulsado por miedos a enfermedades y un giro cultural hacia el bienestar.
Una nueva encuesta de Gallup revela que solo el 54 % de los adultos estadounidenses consume alcohol, el nivel más bajo desde 1934. El descenso ha sido sostenido durante tres años consecutivos, y coincide con un aumento en la percepción de que incluso el consumo moderado es perjudicial para la salud. Por primera vez en más de dos décadas, una mayoría cree que una o dos copas al día hacen daño. El cambio no es solo estadístico: es cultural, político y generacional.
La salud toma la delantera
En 2025, más del 53 % de los estadounidenses cree que beber moderadamente es dañino para la salud, según la última encuesta de Gallup. Esta percepción, antes minoritaria, se ha disparado: era el 28 % en 2015, el 45 % en 2024 y ahora supera la mitad de la población. El cambio refleja la consolidación de un nuevo paradigma sanitario.
La evidencia científica es contundente. Numerosos estudios han vinculado el alcohol con más de 200 enfermedades, incluidas varias formas de cáncer. En EE.UU., unas 20.000 muertes por cáncer al año se atribuyen al consumo de alcohol. A pesar de creencias pasadas, ya desmentidas, no existe una dosis segura: incluso el consumo “moderado” no reduce el riesgo cardiovascular, como se pensaba, y sí aumenta la probabilidad de hipertensión, arritmias y derrames cerebrales.
Este nuevo conocimiento ha permeado la opinión pública. Según los expertos, la caída en el consumo responde a una concienciación colectiva, similar a lo ocurrido con el tabaco en décadas anteriores. Lo que antes era normal hoy se ve como un riesgo innecesario.
Cambios culturales: bienestar, sobriedad y algoritmos
El descenso del alcohol también está impulsado por una reconfiguración de los hábitos de ocio, especialmente entre las nuevas generaciones. La Generación Z, más que cualquier otra antes, está adoptando alternativas sin alcohol, bebidas funcionales y cócteles zero como nuevas formas de socializar. No es solo una tendencia: es una identidad.
El bienestar se ha convertido en valor social y en producto. En redes sociales, influencers, marcas y algoritmos promueven contenido donde la salud mental, el cuidado del cuerpo y la “claridad” emocional se valoran por encima del exceso o la euforia etílica. Las campañas de marketing tradicionales —centradas en la celebración y el placer— pierden terreno frente a narrativas digitales que exaltan la sobriedad como virtud.
En este ecosistema cultural, la industria del alcohol enfrenta un reto difícil: adaptarse a un público que no quiere intoxicar su cuerpo, sino entenderlo. La publicidad de bebidas alcohólicas ha sido desplazada por la de suplementos, kombucha o agua mineral embotellada con identidad de marca.
Voto, edad y abstinencia: el nuevo mapa de la sobriedad
El desplome del consumo no es homogéneo: los republicanos y los jóvenes lideran la caída. Entre los votantes republicanos, el porcentaje de bebedores ha bajado del 64 % al 46 %, una caída de 18 puntos en pocos años, más pronunciada que entre demócratas (que bajan 7 puntos) o independientes (12 puntos menos). Aunque las causas no están claras, el giro coincide con un aumento en el conservadurismo moral y los valores familiares tradicionales en ciertos segmentos del electorado.
Pero es entre los más jóvenes donde el cambio es más profundo. La Generación Z no solo bebe menos, sino que también rechaza el alcohol como parte de la experiencia social. La sobriedad ya no es sinónimo de aburrimiento, sino de autocuidado. Las plataformas de streaming y los algoritmos de recomendación se alinean con esta mentalidad: desde contenidos sobre nutrición hasta realities sin alcohol, la cultura popular está reescribiendo lo que significa divertirse.
Este viraje generacional redefine tanto las estrategias de marketing como las políticas públicas. No se trata solo de reducir la oferta: se trata de entender qué estilos de vida están siendo elegidos activamente por quienes ya no quieren beber.
Más allá del brindis: el ocaso de una era
Durante décadas, beber alcohol fue sinónimo de celebración, madurez o pertenencia. Hoy, en EE.UU., esas asociaciones están siendo puestas en duda. Lo que antes se consideraba un acto social normal ahora despierta inquietudes médicas, morales y generacionales. Y la estadística es clara: EE.UU. bebe menos que nunca desde que terminó la Ley Seca.
Pero esta no es solo una historia sobre vasos medio llenos o medio vacíos. Es una historia sobre una sociedad que empieza a repensar sus placeres y sus riesgos, impulsada por evidencia científica, presión social y cambios culturales profundos. Es también una oportunidad para reimaginar cómo se construyen las comunidades, las celebraciones y los hábitos —sin depender de una sustancia que, cada vez más, se ve como incompatible con el bienestar.
Si esta tendencia continúa, no estamos simplemente ante un descenso estadístico, sino ante el principio del fin de la hegemonía cultural del alcohol. Y con él, quizá, una nueva era donde el brindis ya no necesite copas, sino consciencia.
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