ChatGPT contamina más de lo que crees: la huella oculta de la IA

La IA puede ser clave frente al cambio climático, pero su alto coste ambiental exige regulación, transparencia y uso responsable.
¿Quién lidera el debate global sobre el impacto climático de la inteligencia artificial? Un nuevo informe de Earth.Org revela que gobiernos, empresas y ciudadanos deben actuar ya. La publicación, fechada el 19 de junio, aborda cómo las tecnologías de IA pueden ayudar a mitigar el cambio climático… pero también agravarlo. Desde el consumo masivo de energía hasta la falta de regulación ética, el informe plantea una encrucijada urgente. La respuesta, dicen los expertos, no está en detener la innovación, sino en reorientarla hacia una transición justa y sostenible.
Un algoritmo que devora energía
El auge de la inteligencia artificial viene con una factura climática invisible: electricidad, agua y emisiones en cantidades alarmantes.
Desde que ChatGPT alcanzó los 100 millones de usuarios en solo dos meses, la IA generativa se ha convertido en un motor de cambio, pero también de consumo. Solo entrenar el modelo GPT-3 consumió unos 1.287 MWh, lo mismo que 120 hogares estadounidenses en un año. Y eso es solo el comienzo: el 60% de la huella de carbono de la IA proviene del uso diario, no del entrenamiento.
Para enfriar los centros de datos, el agua se convierte en otro recurso crítico. Un estudio reciente estimó que responder a entre 10 y 50 preguntas con GPT-3 equivale a usar medio litro de agua. Si el ritmo actual continúa, el uso global de IA podría requerir hasta 6.600 millones de metros cúbicos de agua en 2027, seis veces más que lo que consume anualmente Dinamarca.
A pesar de estos impactos, no existe aún una metodología estandarizada para medir las emisiones de la IA. Factores como la opacidad de los proveedores, la variabilidad de las redes eléctricas locales y la diversidad de herramientas dificultan el cálculo real.
Una herramienta sin control ético
La eficiencia que promete la IA también conlleva riesgos sociales y éticos: opacidad, sesgos y desplazamiento laboral.
Los modelos de IA actúan muchas veces como “cajas negras”, generando resultados sin explicar cómo llegaron a ellos. Esto complica la trazabilidad, la rendición de cuentas y la corrección de errores. Un informe del MIT de 2024 alertó de que el 52% de los directivos cree que sus empresas no están preparadas para gestionar los riesgos asociados a la IA.
Además, entrenar modelos con datos manipulados o sesgados puede generar resultados igualmente erróneos, amplificando desigualdades. La IA no solo aprende del mundo: lo replica.
En el ámbito laboral, un estudio de Goldman Sachs calculó que hasta 300 millones de empleos podrían verse afectados por la automatización. Sin embargo, el mismo informe destacó que la mayoría de trabajos serán complementados, no sustituidos. Un estudio del MIT refuerza esa idea: la intervención humana sigue siendo crucial, especialmente en decisiones morales o con datos incompletos.
Pese a los dilemas, la sociedad sigue priorizando la comodidad. Las preocupaciones sobre privacidad o derechos de autor quedan en segundo plano cuando la IA mejora la productividad o ahorra tiempo.
Realismo climático frente al negacionismo tecnológico
La lucha contra el cambio climático avanza más lento de lo necesario, y ni siquiera las mayores economías cumplen sus promesas.
Aunque potencias como China, EE. UU. o la UE están incorporando energías renovables, los expertos advierten: no es suficiente. Para evitar superar los 1,5 ºC de calentamiento, necesitamos un 80% de mix energético limpio en 2030, y 100% para 2050. Solo países como Islandia, Noruega o Nueva Zelanda están cerca de lograrlo.
El problema no es solo técnico, sino político y económico. Transitar hacia energías limpias implica reorganizar industrias, formar a trabajadores y asumir costes iniciales altos. Pero el coste de no actuar será mucho mayor, y caerá de forma desproporcionada sobre los países más pobres y vulnerables.
Un estudio del FMI estimó que descarbonizar la economía mundial generaría un beneficio neto de 85 billones de dólares. Investigadores de Stanford demostraron que la transición a energía 100% limpia podría crear 24 millones de nuevos empleos, más que los que se perderían en sectores fósiles.
Regular la IA como política climática
Europa y Corea del Sur han dado un paso clave al regular el uso de la IA: una decisión que puede marcar el rumbo global.
La nueva AI Act europea y la AI Basic Act surcoreana establecen marcos legales para controlar cómo se desarrolla, utiliza y comercializa la inteligencia artificial. Se trata de la primera legislación integral del mundo sobre esta materia, y representa un modelo para otros países.
En paralelo, organismos internacionales reclaman políticas más ambiciosas que integren riesgos climáticos y tecnológicos. Esto incluye desde tarifas justas al carbono hasta financiación para el Sur Global, sin olvidar los derechos laborales y la justicia social en la transición.
Más allá de la inteligencia: responsabilidad
Ni la IA nos salvará sola ni el cambio climático se resolverá con optimismo vacío. Necesitamos una mentalidad pragmática y responsable.
El reto no es elegir entre progreso o sostenibilidad, sino redefinir el progreso en términos sostenibles. Para las personas, esto implica usar IA con conciencia: elegir herramientas eficientes, reducir el número de interacciones innecesarias y exigir más transparencia.
Para los desarrolladores, el reto es crear modelos menos hambrientos de energía, centros de datos ecológicos y métricas claras de impacto. Para los gobiernos, el deber es pensar de forma sistémica: proteger los derechos, garantizar justicia social y evitar que las soluciones de hoy sean los problemas de mañana.
La doble transición –digital y climática– no es un dilema, sino una oportunidad histórica. Solo si actuamos con urgencia, realismo y ética, podremos decir que estamos usando la inteligencia artificial… inteligentemente.
Comentarios cerrados