China acelera su red de satélites y amenza a Starlink

China lanza el octavo grupo de satélites Qianfan y acelera su carrera por competir con Starlink en la órbita terrestre baja.
El pasado miércoles, China lanzó con éxito el octavo grupo de satélites de su constelación Qianfan, desde la provincia de Hainan, en lo que representa un nuevo paso en su ambicioso plan de competir con Starlink, la red de SpaceX. El despliegue forma parte de una ofensiva sin precedentes, con cuatro lanzamientos solo en el último mes, todos impulsados por el cohete Long March 5B. Esta carrera por poblar la órbita baja con satélites de internet tiene implicaciones estratégicas, tecnológicas y regulatorias que podrían transformar el equilibrio global de las telecomunicaciones.
Cuatro lanzamientos en un mes
El cohete Long March 5B despegó el miércoles a las 14:43 hora de Beijing, llevando consigo un nuevo lote de satélites destinados a la red Qianfan. Esta fue la misión número 588 de la familia Long March, y la cuarta en menos de 30 días: los lanzamientos anteriores se realizaron el 27 de julio, 30 de julio y 4 de agosto, en una cadencia nunca antes vista en el programa espacial chino.
Cada uno de estos lanzamientos refuerza una estrategia acelerada para asegurar posiciones orbitales y frecuencias antes de 2026, en línea con los requerimientos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT). China debe tener al menos el 10% de su constelación en órbita para esa fecha, o perderá derechos críticos sobre el espectro. De ahí la urgencia y regularidad de los envíos.
El Long March 5B, el cohete más potente de China para órbita baja, mide 53,7 metros y puede transportar más de 22 toneladas, superando en capacidad a varias lanzaderas comerciales occidentales. Su uso intensivo para este proyecto muestra la prioridad que Pekín otorga a este desarrollo satelital, tanto en términos comerciales como de seguridad nacional.
De Qianfan a 15.000 satélites
El despliegue forma parte de la constelación Qianfan (Mil Velas), operada por Shanghai Spacecom Satellite Technology, que planea alcanzar 648 satélites para finales de 2025, escalar a 1.296 en 2027 y multiplicarse hasta 15.000 satélites para 2030, con cobertura global.
Este objetivo sitúa a China en competencia directa con Starlink, que actualmente tiene unos 7.000 satélites en órbita y aspira a alcanzar los 42.000 para finales de esta década. Pero Qianfan no es la única constelación china en desarrollo: los proyectos Guowang y Honghu-3 planean desplegar 13.000 y 10.000 satélites respectivamente, lo que eleva el número total previsto por China a más de 40.000 unidades.
Estas cifras no solo reflejan ambiciones económicas en conectividad global, sino también una estrategia geopolítica para evitar depender de redes extranjeras, como la de Elon Musk. Según documentos oficiales, estas constelaciones «trascienden fronteras nacionales» y proporcionan a China «una capacidad estratégica global que debe dominar».
Desafíos técnicos y órbita congestionada
A pesar del ritmo agresivo, la calidad técnica aún presenta desafíos. De los primeros 90 satélites Qianfan lanzados, 13 presentaron anomalías y no lograron posicionarse correctamente en órbita. Esto representa una tasa de fallos del 14%, muy por encima del 0,5% actual de Starlink, aunque similar a sus primeros años.
El experto en astronomía Jonathan McDowell destaca que estos errores tempranos podrían obstaculizar el cumplimiento del calendario impuesto por la UIT. A medida que la órbita terrestre baja se llena de objetos, la competencia por las rutas y frecuencias se vuelve más feroz, y los errores cuestan más.
A nivel logístico, lanzar decenas de miles de satélites requiere no solo cohetes, sino infraestructura terrestre, estaciones de control, terminales de usuario, redes de fibra complementarias y mecanismos de control del tráfico espacial. Y todo eso debe desarrollarse a contrarreloj para mantener el impulso estratégico.
El cielo como nuevo campo geopolítico
Más allá de la carrera tecnológica, lo que está en juego es el control del espacio como nueva frontera digital. Si en el siglo XX las rutas marítimas definían el poder, en el XXI será la capacidad de proporcionar internet desde el cielo. La hegemonía de Starlink ha generado ya fricciones diplomáticas, como su papel en conflictos armados o su potencial para eludir la censura estatal.
China no quiere quedar rezagada. Busca no solo construir su propia red, sino también ofrecerla a países aliados o estratégicos, como parte de su Iniciativa de la Franja y la Ruta Digital. Esto ampliaría su influencia tecnológica en regiones donde el acceso a internet sigue siendo limitado.
En este escenario, los satélites dejan de ser simples herramientas de conectividad para convertirse en instrumentos de poder blando, diplomacia y control de la narrativa. Y con cada nuevo lanzamiento, China envía un mensaje claro: el cielo ya no es un lugar neutral, sino el próximo tablero de competencia global.
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