El enjambre oculto de rocas espaciales que podría golpear la tierra

Alberto Noriega     5 junio 2025     4 min.
El enjambre oculto de rocas espaciales que podría golpear la tierra

Simulaciones revelan que asteroides co-orbitales con Venus podrían representar un riesgo oculto para la Tierra en milenios futuros.

Un nuevo estudio publicado por Live Science ha identificado un enjambre de asteroides co-orbitando con Venus que podría representar una amenaza futura para la Tierra. Aunque los investigadores recalcan que no existe peligro inmediato, los modelos muestran que algunos de estos objetos podrían, eventualmente, cruzar nuestra órbita. La dificultad de detectarlos, debido a su proximidad al Sol y baja reflectividad, los convierte en una “amenaza invisible” para los sistemas de alerta actuales. Esta población de asteroides, poco comprendida hasta ahora, abre una nueva línea de vigilancia para la seguridad planetaria.

Rocas en sincronía con Venus

Los asteroides co-orbitales con Venus viajan en una resonancia 1:1 con el planeta, lo que significa que completan su órbita alrededor del Sol en el mismo tiempo. Pero su comportamiento orbital es extraordinariamente complejo: pueden seguir trayectorias en forma de “tadpole”, en torno a los puntos de Lagrange, o incluso órbitas en herradura. Estas configuraciones son inestables y cambian cada pocos milenios. Según las simulaciones, la mayoría de estos cuerpos permanecen solo entre 6.000 y 18.000 años en estas trayectorias antes de ser perturbados.

La verdadera preocupación es que algunos de estos asteroides pueden desviarse y terminar cruzando la órbita terrestre sin dejar de estar en resonancia con Venus. Debido a su baja excentricidad y ubicación cercana al Sol, estos cuerpos son casi imposibles de observar desde telescopios terrestres. El sesgo actual favorece la detección de asteroides con órbitas más elongadas y más alejadas del Sol, por lo que el número real de co-orbitales podría ser mucho mayor de lo que creemos.

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¿Por qué no los hemos visto?

Los científicos creen que existe un sesgo de detección que ha ocultado una posible población masiva de asteroides co-orbitales con Venus. A diferencia de los asteroides cercanos a la Tierra (NEOs), que son más fáciles de observar cuando se acercan al planeta en oposición solar, estos objetos permanecen en regiones del cielo que coinciden con el resplandor solar, imposibilitando su detección por medios ópticos convencionales.

Esto ha llevado a los expertos a considerar esta población como una “amenaza invisible”: objetos del tamaño de un edificio podrían estar ocultos a plena vista, listos para ser perturbados y enviados hacia la Tierra en el transcurso de miles de años. Aunque este riesgo no es inmediato, sugiere la necesidad de desarrollar nuevas capacidades de observación desde el espacio o mediante sondas solares que permitan monitorear regiones cercanas al Sol, donde la oscuridad es más peligrosa que la distancia.

De los troyanos a los cuasilunas

A día de hoy, solo se ha confirmado un único asteroide troyano de Venus: el 2013 ND15, descubierto por el equipo del proyecto Pan-STARRS. Este pequeño cuerpo, de apenas 40 a 100 metros de diámetro, orbita en el punto L4 de Venus (60° por delante en su órbita) en una trayectoria de tipo “tadpole”. Sin embargo, su órbita altamente excéntrica (0.61) lo convierte también en un asteroide cruzador de la Tierra, por lo que está clasificado como objeto potencialmente peligroso.

Los estudios indican que estos troyanos no pueden permanecer estables durante largos periodos debido a efectos desestabilizadores como el efecto Yarkovsky, una fuerza térmica que altera lentamente sus órbitas. También la relatividad general contribuye mínimamente a esta inestabilidad. Por eso no hay una “familia” estable de troyanos venusianos como ocurre con Júpiter: simplemente no sobreviven el tiempo suficiente.

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Zoozve, la luna que nunca fue

Un caso particularmente llamativo es el de Zoozve, antes conocido como 2002 VE68. Este asteroide, de unos 230 metros, se comporta como una cuasi-luna de Venus: no está gravitacionalmente ligado al planeta, pero desde ciertos puntos de vista parece orbitarlo, cuando en realidad recorre una complicada órbita en forma de mariposa alrededor del Sol.

Descubierto en 2002 y rebautizado oficialmente en 2024 tras un error tipográfico en un cartel educativo, Zoozve está destinado a dejar su estatus de cuasisatélite en unos 500 años, momento en que pasará a una órbita trojana en el punto L5 de Venus. Pero al igual que 2013 ND15, también es un asteroide cruzador de la Tierra, por lo que su comportamiento orbital es doblemente interesante: representa la fragilidad de las relaciones gravitacionales temporales en el sistema solar interno.

Cuando el riesgo no es hoy, pero sí mañana

El hecho de que estos asteroides co-orbitales puedan cruzarse con la Tierra sin haber sido jamás detectados subraya una gran debilidad en nuestras estrategias de defensa planetaria. Mientras las agencias espaciales y programas como DART o NEO Surveyor se centran en los objetos potencialmente peligrosos que ya conocemos, estos cuerpos silenciosos orbitando junto a Venus podrían ser los verdaderos comodines del sistema solar.

Más aún, estas simulaciones nos recuerdan que la dinámica orbital no es un problema abstracto de física celeste, sino una cuestión de seguridad a largo plazo. Los “killers invisibles” pueden tardar miles de años en golpearnos, pero si no los detectamos, no podremos desviar su curso cuando llegue el momento.

La próxima frontera en la astronomía no está más allá de Plutón, sino justo al lado del Sol. Detectar lo que no vemos nunca ha sido más urgente.

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