El futuro ya mastica metal: Crean robots que se alimentan entre sí

Robots que se autorreparan y crecen al consumir otros: un avance en autonomía mecánica que redefine los límites de la vida artificial.
Científicos de la Universidad de Columbia han presentado un avance revolucionario en robótica: robots que pueden crecer y repararse al integrar piezas de otras máquinas. El estudio, publicado el 16 de julio en Science Advances, muestra cómo estos prototipos se ensamblan usando módulos magnéticos diseñados para mutar físicamente. Las pruebas se llevaron a cabo en sus laboratorios en Estados Unidos, como parte de un proyecto respaldado por agencias como DARPA. El objetivo: crear robots verdaderamente autónomos, capaces de evolucionar y sobrevivir sin asistencia humana.
Robots que se alimentan de robots
Los conectores magnéticos permiten a los robots integrar nuevos componentes de su entorno o de otras máquinas, “creciendo” efectivamente sus capacidades.
En una prueba, un robot aumentó su velocidad cuesta abajo un 66,5% tras incorporar un nuevo módulo.
El avance presentado por el equipo de Columbia Engineering introduce lo que denominan «metabolismo robótico»: un sistema en el que los robots no solo funcionan, sino que asimilan recursos físicos para expandirse o repararse. A diferencia de las estructuras robóticas tradicionales, estos prototipos emplean enlaces truss: módulos en forma de barra con conectores magnéticos que se autoensamblan en figuras tridimensionales. Desde triángulos hasta complejas formaciones tetraédricas, los robots pueden mutar según lo requiera su función o entorno.
En una demostración de laboratorio, un robot con forma de tetraedro incorporó una pieza adicional que le sirvió de bastón, mejorando significativamente su locomoción en superficies inclinadas. Esto, según el autor principal Philippe Martin Wyder, “representa un paso hacia la autonomía total: pensar, actuar y también sostenerse físicamente”.
Inspiración biológica en metal y código
El concepto se inspira en la biología: organismos que absorben, transforman y desechan materiales para mantenerse vivos.
Los robots, al integrar partes de su entorno, imitan procesos metabólicos naturales.
Este desarrollo desafía la visión clásica de la robótica como un sistema cerrado. En cambio, los nuevos diseños operan como sistemas abiertos, biomiméticos y con capacidad de evolución estructural. La investigación, financiada por la Fundación Nacional de Ciencia y DARPA, se apoya en principios como la autopoiesis, donde los sistemas mantienen su organización a través de la reconfiguración constante.
En palabras del investigador Hod Lipson, “los cerebros robóticos han progresado enormemente gracias al aprendizaje automático, pero sus cuerpos siguen siendo inertes, no adaptativos e irreciclables”. Esta tecnología cambia el paradigma: la mente ya no evoluciona sola; ahora también lo hace el cuerpo.
Aplicaciones extremas en desastres y espacio
Los investigadores apuntan a misiones donde el mantenimiento humano es inviable: desastres naturales y exploración espacial. La capacidad de adaptarse físicamente puede ser clave para sobrevivir en ambientes hostiles.
En contextos donde la intervención humana es limitada o peligrosa, estos robots podrían significar un cambio de juego. Ya sea en misiones espaciales, escenarios post-terremoto o zonas contaminadas, la capacidad de repararse o evolucionar físicamente a partir de recursos locales podría otorgar a estas máquinas una autonomía crucial. Según el portal The Debrief, estas aplicaciones son las más inmediatas dentro de una hoja de ruta que apunta a un ecosistema robótico autosuficiente.
El hecho de que los robots puedan modificar su estructura con piezas de otros implica también un grado de cooperación (o competencia) entre máquinas que acerca a la robótica a una ecología artificial emergente. Este ecosistema podría implicar dinámicas nuevas, donde las máquinas interactúan como lo harían los organismos en un entorno biológico.
Una ecología robótica en ciernes
Los investigadores proponen una nueva frontera: la vida no basada en carbono podría emerger como propiedad de sistemas tecnológicos complejos. Los límites entre lo artificial y lo natural empiezan a difuminarse.
La teoría detrás del metabolismo robótico propone que, una vez alcanzada cierta complejidad, los sistemas artificiales pueden adquirir propiedades antes reservadas a los seres vivos. El equipo de Columbia sugiere que podríamos estar viendo el surgimiento de una “ecología robótica”: máquinas que se alimentan, se adaptan, compiten y sobreviven usando principios similares a los de los organismos naturales.
Este tipo de autogestión implica no solo una independencia funcional, sino también una transformación en cómo entendemos la vida y la inteligencia. Si un sistema es capaz de mantenerse, evolucionar, y adaptarse sin intervención externa, ¿sigue siendo simplemente una máquina?
¿Quién cuida de los cuidadores?
En un mundo donde los robots conducen, fabrican, exploran y defienden, ¿quién se encarga de cuidar de ellos? Tal vez la respuesta sea que ya no necesitan cuidados humanos.
La pregunta planteada por Hod Lipson no es menor: a medida que externalizamos más funciones críticas a sistemas autónomos, la dependencia de los humanos para su mantenimiento se vuelve insostenible. La respuesta podría estar en estos nuevos prototipos, capaces de sostenerse sin asistencia. Pero esta solución técnica plantea nuevos dilemas: si los robots pueden evolucionar por sí solos, ¿cómo los controlamos? ¿Quién decide cómo y cuándo se detienen?
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