La NASA despierta la Voyager 1 a 24 mil millones de km, un milagro técnico

Alberto Noriega     27 mayo 2025     5 min.
La NASA despierta la Voyager 1 a 24 mil millones de km, un milagro técnico

La NASA revive los propulsores inactivos de la Voyager 1 desde 15 mil millones de millas antes de perder comunicación por obras en la antena DSS-43.

Un equipo de ingenieros de la NASA ha conseguido reactivar a distancia los propulsores inactivos de la Voyager 1, una nave lanzada hace 47 años. La operación se llevó a cabo el 20 de marzo de 2025, justo antes de que su principal antena de comunicación terrestre entrara en mantenimiento. La nave se encuentra a más de 15 mil millones de millas de la Tierra, en espacio interestelar. El objetivo era evitar la pérdida de contacto con uno de los instrumentos científicos más valiosos de la historia de la exploración espacial.

Maniobra crítica desde el abismo

El 20 de marzo de 2025, la NASA ejecutó una de las operaciones más arriesgadas de su historia: reactivar los propulsores secundarios de la Voyager 1 desde más de 24 mil millones de kilómetros. Estos propulsores, esenciales para mantener la orientación de la nave hacia la Tierra, no se usaban desde 2004 debido a fallos en sus calentadores. Durante años se pensó que estaban inutilizables.

Sin embargo, los ingenieros del Jet Propulsion Laboratory (JPL) detectaron una posible causa: un cambio en el estado de energía de los calentadores, tal vez por una alteración de circuito. Si no se hacía el intento antes de mayo, perderían la capacidad de enviar comandos durante 10 meses por las obras de mantenimiento en la antena DSS-43, en Canberra (Australia), la única capaz de enviar señales a las Voyager.

Riesgos de presión y desorientación

El procedimiento era delicadísimo. Si durante la maniobra el rastreador estelar se desviaba de su referencia, los propulsores podrían activarse de emergencia sin tener los calentadores operativos, generando un pico de presión peligroso. Además, la acumulación de dióxido de silicio en los propulsores actualmente en uso podría inutilizarlos por completo antes del otoño de 2025.

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Este residuo, derivado del envejecimiento del diafragma de goma en los tanques de hidrazina, ha ido estrechando los conductos hasta medidas ínfimas: de 0,25 milímetros a apenas 0,035 mm. Con un margen tan estrecho, cada pulso (y se realizan unos 40 al día) puede ser el último. Por eso, reactivar el sistema alternativo era la única opción para evitar que la Voyager quedara ciega y muda.

Una nave que no se rinde

Para prolongar la vida útil de los propulsores, la NASA ha adoptado tácticas innovadoras. Reducir la frecuencia de disparo permitiendo ligeras desviaciones en la orientación, ejecutar menos disparos pero más largos, y priorizar el uso de calentadores sólo cuando es estrictamente necesario. Estas decisiones permiten optimizar los 300 vatios de energía que le quedan a la nave, provenientes de sus generadores termoeléctricos de radioisótopos.

Otro desafío ha sido la gestión energética entre subsistemas. Reactivar propulsores «fríos» requiere redistribuir energía desde instrumentos científicos o sistemas de comunicación, en una nave que ya opera en modo de supervivencia. Cada decisión es una partida de ajedrez entre orientación, ciencia y comunicación.

Una antena que envejece

La urgencia de la maniobra también estuvo motivada por la modernización de la antena DSS-43 en Australia, el único transmisor del mundo capaz de alcanzar las Voyager. Esta antena de 70 metros entró en mantenimiento el 4 de mayo de 2025 y no volverá a estar operativa hasta febrero de 2026, salvo por breves ventanas en agosto y diciembre.

Durante ese lapso, cualquier comando enviado a la nave sería imposible. A pesar de que la NASA posee otras dos antenas similares en California y España, sólo DSS-43 tiene la potencia en banda S necesaria para alcanzar las profundidades interestelares donde navega Voyager 1. Esta infraestructura, con componentes que rozan el medio siglo de vida, ya había sido sometida a mejoras entre 2020 y 2021, lo que impidió enviar comandos a Voyager 2 durante casi un año.

El milagro de la persistencia

La historia reciente de la Voyager 1 es una lección de resiliencia científica. En noviembre de 2023, dejó de enviar datos legibles a pesar de seguir funcionando. El equipo resolvió parcialmente el fallo en abril de 2024 trasladando código del sistema de datos de vuelo, y para el 19 de mayo logró que volviera a transmitir información científica de sus cuatro instrumentos. Hoy, la Voyager sigue operativa, midiendo partículas, campos magnéticos y ondas de plasma.

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Es un logro sin precedentes: una nave construida en los años 70 que aún envía datos útiles desde el espacio interestelar. Se espera que pueda seguir funcionando científicamente hasta 2025, y que sus transmisiones de ingeniería lleguen, con suerte, hasta 2036, cuando sus fuentes de energía finalmente se agoten.

Cuando el silencio se vuelve legado

Más allá de su longevidad, la Voyager 1 encarna una idea poderosa: la humanidad buscando comprender el universo con herramientas que no se rinden. A 15 mil millones de millas, donde ya no brilla el Sol, esta nave solitaria aún responde a nuestros mensajes, aún envía respuestas.

Su resistencia no es sólo técnica: es filosófica. Nos recuerda que los límites no son físicos, sino de voluntad. Y que incluso cuando ya no podamos hablarle más, seguirá viajando por siglos, portando un disco dorado con los sonidos y esperanzas de la Tierra. La primera emisaria del ser humano más allá del Sistema Solar no pide aplausos, solo que sigamos escuchando.

No es el fin, es el eco

La hazaña de reactivar los propulsores de la Voyager 1 es un testimonio del ingenio humano frente a la vastedad cósmica. Cada comando enviado desde la Tierra viaja durante más de 22 horas antes de alcanzar la nave. Cada respuesta es un eco remoto que, contra toda probabilidad, aún vuelve.

Cuando sus instrumentos se apaguen y sus sistemas se enfríen, la Voyager no habrá muerto. Será entonces una cápsula del tiempo sin destino, una declaración silenciosa de que una vez existió una especie que quiso saber. Y quizás, en algún rincón del cosmos, alguien la escuche.

La misión no se mide ya por kilómetros ni años. Se mide por el eco que deja en nosotros. Y mientras la escuchemos, la Voyager 1 nunca dejará de hablar.

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