SpaceX traslada a sus mejores ingenieros por la crisis del Starship

SpaceX reubica al 20 % de su equipo del Falcon 9 para salvar el fallido Starship tras múltiples explosiones y presión de la NASA.
SpaceX ha trasladado a uno de cada cinco ingenieros del exitoso programa Falcon 9 para intentar salvar el desarrollo del Starship, su nave más ambiciosa hasta la fecha. La decisión llega tras una cadena de explosiones, el fracaso parcial del noveno vuelo y un incidente devastador en junio que destruyó un prototipo durante una prueba en tierra. La Administración Federal de Aviación ha cerrado su investigación sobre los fallos recientes, permitiendo a SpaceX preparar el décimo vuelo de prueba. El movimiento interno revela la magnitud de la crisis técnica y la urgencia impuesta por los plazos del contrato lunar con la NASA.
Explosiones, fallos y reasignación urgente
En un movimiento que refleja la gravedad de la situación, SpaceX ha reasignado un 20 % del personal de ingeniería del Falcon 9 —su sistema de lanzamiento más confiable— al tambaleante programa Starship. Esta reubicación forzosa, con duración prevista de seis meses, fue impulsada por la acumulación de fallos explosivos y errores estructurales que comprometen el futuro del cohete más grande jamás construido.
Los vuelos de prueba 7 y 8, realizados en enero y marzo de 2025, terminaron con violentas explosiones en el Océano Atlántico. Aunque el Vuelo 9 alcanzó por primera vez la órbita en mayo, la misión acabó en fracaso cuando la nave perdió el control durante el reingreso, desintegrándose sobre el Océano Índico. La causa: las puertas de carga útil no se abrieron, atrapando los vapores de metano que deterioraron el control de actitud. Además, el propulsor Super Heavy también explotó durante su descenso experimental, al intentar maniobras demasiado agresivas para su diseño.
El desastre de junio marca un punto de inflexión
El incidente más crítico ocurrió el 18 de junio. La Nave 36 del Starship explotó durante una prueba de combustible en tierra, generando una bola de fuego que devastó las instalaciones de prueba de SpaceX en Massey, Texas. El estallido fue captado en video, y la magnitud del daño forzó a la compañía a revisar por completo sus protocolos de pruebas.
La investigación determinó que un tanque de presión compuesto de nitrógeno falló por daños no detectados, lo que revela deficiencias preocupantes en los controles de calidad de la empresa. Se trataba de una pieza crítica ubicada en la bahía de carga útil, y su rotura ocasionó una reacción en cadena que destruyó el vehículo.
La falla del Vuelo 9, por su parte, fue atribuida a un difusor dañado en el tanque de metano, lo que generó acumulación de gas en el cono de nariz e impidió la apertura de las compuertas. Ambos fallos comparten un patrón preocupante: problemas de ensamblaje, inspección y diseño estructural que ponen en duda la madurez técnica del sistema.
Presión creciente desde la NASA y plazos ajustados
A estos desafíos técnicos se suma la presión institucional del contrato de $4 mil millones firmado con la NASA, que obliga a SpaceX a demostrar la viabilidad operativa de Starship para las misiones Artemis. Uno de los mayores retos será reabastecer de combustible a Starship en órbita más de doce veces, una maniobra sin precedentes a nivel técnico y logístico.
Según los términos del contrato, SpaceX debe completar dos aterrizajes lunares no tripulados exitosos antes de que se autoricen misiones humanas. Cada fallo erosiona la confianza de la agencia espacial y amenaza con retrasos en el calendario lunar de EE. UU.
En respuesta, la empresa ha implementado múltiples mejoras: sellos reforzados, nuevas aletas de rejilla, sistemas de supresión de incendios más eficaces y coberturas protectoras para los tanques. Además, se han introducido inspecciones más estrictas para todos los recipientes a presión. Sin embargo, con apenas cuatro misiones exitosas de nueve intentos hasta agosto de 2025, la fiabilidad del sistema sigue en entredicho.
Ambición desbordada y el costo del riesgo
La historia reciente del programa Starship ilustra con crudeza el precio de la ambición desbordada cuando se enfrenta a las leyes intransigentes de la ingeniería. El traslado de ingenieros desde el Falcon 9 —el pilar operativo de SpaceX y responsable de más de 300 lanzamientos exitosos— es una muestra clara de hasta qué punto el programa Starship se ha convertido en una prioridad existencial.
Detrás de cada explosión hay un patrón que se repite: presión por avanzar rápido, tolerancia a fallos en nombre de la iteración, y una cultura que privilegia la velocidad sobre la consolidación técnica. El resultado es una nave que, pese a sus capacidades potenciales para transportar humanos a la Luna y Marte, aún no ha demostrado poder sobrevivir de forma fiable a una misión completa.
Mientras tanto, el tiempo corre. La NASA y el Congreso observan con creciente impaciencia, y otras empresas, como Blue Origin y Dynetics, siguen desarrollando alternativas menos espectaculares, pero potencialmente más seguras. Elon Musk sigue defendiendo su enfoque de “fallar rápido y aprender rápido”, pero a este ritmo, cada fallo representa no solo una pérdida técnica, sino un golpe a la credibilidad del proyecto.
Si el Starship quiere convertirse en el futuro del transporte espacial —y no en un símbolo de promesas incumplidas— deberá pasar de la épica a la fiabilidad. La próxima prueba será definitiva: un nuevo vuelo, una nueva oportunidad… y esta vez, sin margen para fallar.
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