Una startup lanza un bioordenador con células cerebrales humanas

Alberto Noriega     8 junio 2025     4 min.
Una startup lanza un bioordenador con células cerebrales humanas

Cortical Labs lanza el primer computador biológico comercial con neuronas humanas vivas: aprende rápido, consume menos y ya está online.

La startup australiana Cortical Labs ha presentado el CL1, el primer computador biológico comercial del mundo impulsado por células cerebrales humanas cultivadas en laboratorio. Esta nueva categoría, bautizada como Inteligencia Biológica Sintética, combina neuronas vivas con chips de silicio para lograr una IA más veloz, adaptable y energéticamente eficiente. El sistema, disponible bajo un modelo Wetware-as-a-Service, marca el inicio de una era donde el software se entrena sobre tejidos humanos. El anuncio, realizado el 4 de junio, ya ha provocado un debate ético y científico de alcance global.

Un cerebro en un chip

A diferencia de los chips de IA tradicionales, el CL1 funciona con células cerebrales reales obtenidas de células madre humanas, cultivadas sobre una matriz de 59 electrodos. Estas neuronas no solo reciben impulsos eléctricos, sino que pueden reorganizar sus conexiones de forma autónoma, aprendiendo de la experiencia como lo hace un cerebro humano. Esta capacidad de reorganización, o plasticidad, permite que el sistema aprenda mucho más rápido que los modelos de lenguaje actuales.

Lo más disruptivo es que este «cerebro artificial» consume apenas una fracción de la energía que requieren los sistemas tradicionales, usando cerca de 1 kilovatio por rack, frente a los cientos que necesita una IA generativa basada en texto. La clave está en usar inteligencia viva como sustrato informático, un cambio de paradigma con potencial para transformar desde la robótica hasta la medicina personalizada.

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Vida, pero no conciencia

Pese a su apariencia de ciencia ficción, los desarrolladores insisten en que el CL1 no tiene conciencia ni emociones. Se trata de un sistema de computación especializada que aprovecha las capacidades de procesamiento de neuronas humanas sin generar experiencia subjetiva. Esta aclaración ha sido clave para sortear objeciones bioéticas, especialmente en un contexto donde el uso de tejidos humanos despierta inquietudes sobre derechos y límites morales.

Además, al tratarse de un entorno completamente cerrado, con soporte vital integrado y sin posibilidad de interacción más allá de impulsos y registros eléctricos, el CL1 no puede evolucionar fuera de los márgenes definidos por sus creadores. Es inteligencia, sí, pero contenida.

Soporte vital para neuronas digitales

Para mantener con vida estas neuronas durante meses, el CL1 incorpora un sistema de soporte vital tan avanzado como un cuerpo humano en miniatura. Incluye bombas que actúan como corazón, filtros similares a riñones y mezcladores de gases que regulan oxígeno, dióxido de carbono y nitrógeno. Además, controla la temperatura y suministra nutrientes esenciales, simulando un entorno biológico estable que favorece el crecimiento de conexiones neuronales.

Este entorno artificial opera con apenas unos pocos vatios, lo que permite experimentos de larga duración con costes energéticos mínimos. Y más importante aún, evita el uso de modelos animales en fases tempranas de investigación, ofreciendo datos más precisos y éticamente sostenibles para el desarrollo de fármacos, terapias neurológicas y simulaciones cognitivas.

¿El fin de los experimentos con ratones?

Una de las aplicaciones más inmediatas del CL1 es el modelado de enfermedades neurodegenerativas y pruebas farmacológicas. Al emplear neuronas humanas en un entorno controlado, los científicos pueden testear directamente sobre redes vivas, con resultados más relevantes que los obtenidos en modelos animales. Esta tecnología reduce el sufrimiento animal y acelera el ciclo de descubrimiento biomédico, además de permitir un seguimiento mucho más preciso de los efectos celulares.

También se abre una puerta a la neurotecnología personalizada: en el futuro, podríamos ver chips formados con células cerebrales del propio paciente para probar tratamientos antes de aplicarlos en su cuerpo. Una revolución médica aún en pañales, pero cargada de implicaciones.

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Un nuevo modelo de servicio: Wetware-as-a-Service

Cortical Labs ha lanzado este sistema bajo un esquema de suscripción global denominado Wetware-as-a-Service (WaaS). Esto permite a laboratorios, startups e instituciones acceder remotamente al CL1 para ejecutar simulaciones, entrenar modelos o realizar investigaciones sin necesidad de instalar infraestructura biológica. En otras palabras: la inteligencia viva ya se ofrece en la nube.

Esta descentralización facilita la adopción de la inteligencia húmeda como un nuevo estándar en investigación computacional. Lo que hoy parece una curiosidad científica podría en pocos años convertirse en una herramienta cotidiana en centros de investigación, universidades y empresas de IA que buscan velocidad de aprendizaje y eficiencia energética.

Silicon Valley con células humanas

Aunque Cortical Labs lidera esta primera ola, no está sola. Empresas como Koniku, FinalSpark o Brainoware están explorando caminos similares con cerebros de ratón, cultivos híbridos y microestructuras neuronales. La carrera por dominar la computación biológica apenas comienza, y su potencial no solo es técnico, sino filosófico: plantea preguntas sobre qué es aprender, qué es pensar y qué límites queremos cruzar.

En este escenario, la competencia ya no será por tener más datos o mejores algoritmos, sino por desarrollar interfaces más armoniosas entre lo biológico y lo artificial. La era del silicio puede estar llegando a su límite. Y el futuro, paradójicamente, parece más orgánico que nunca.

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